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Trump no dudará en utilizar medidas económicas como mecanismo de presión, incluso con países que no representen una amenaza económica directa para Estados Unidos.
Por Luis Diego Monsalve - @ldmonsalve
Donald Trump nunca ha sido un político convencional. Su estilo directo, disruptivo y, a veces, caótico, ha redefinido la manera en que Estados Unidos se relaciona con el mundo. Ahora, en su segundo mandato, ha vuelto a poner en práctica una de sus herramientas favoritas de negociación: los aranceles.
Este fin de semana, el presidente estadounidense decidió imponer tarifas generales del 25% a México y Canadá, y del 10% a China. Su lógica es clara: presionar a sus socios comerciales en temas que considera fundamentales, como la migración, el control de drogas y el balance comercial. Sin embargo, la aplicación de estos aranceles no ha sido uniforme. Luego de una conversación con la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, Trump accedió a congelar por un mes las tarifas impuestas a México, con la condición de que se logren acuerdos en los temas que más le preocupan. Igual sucedió con Canadá, luego de conversar con el primer ministro Trudeau. Además, ha dicho que antes del final de febrero seguirá con Europa, lo que podría escalar aún más las tensiones comerciales globales.
El caso chino es distinto. Desde su primer mandato, Trump ha sostenido una guerra comercial con Beijing, convencido de que China se ha aprovechado durante años de las condiciones comerciales con Estados Unidos. Su postura no ha cambiado, y los nuevos aranceles no son más que la continuación de una batalla en la que, para Trump, solo puede haber un vencedor. La respuesta de China no se hizo esperar: anunció que tomará “contramedidas correspondientes”, una frase diplomática que usualmente se traduce en represalias comerciales.
¿Y Colombia? En principio, nuestro país no tenía razones para preocuparse. No tenemos un superávit comercial con Estados Unidos, y, en términos económicos, no representamos una amenaza ni un desequilibrio para Washington. Sin embargo, bastó un solo trino para cambiar las cosas. El presidente Gustavo Petro, con su ya habitual estilo de confrontación en redes sociales, decidió lanzar una serie de comentarios que captaron la atención de Trump. El resultado: Colombia se convirtió en el primer ejemplo de lo que el mandatario estadounidense es capaz de hacer cuando alguien lo desafía.
Trump impuso aranceles del 25% a las importaciones colombianas, argumentando que el gobierno de Petro se negaba a recibir vuelos con deportados. La crisis escaló rápidamente y, tras horas de negociaciones, el gobierno colombiano cedió y aceptó recibir a los deportados. Como resultado, Trump suspendió los aranceles, al menos por ahora.
El episodio deja varias lecciones. La primera, que Trump no dudará en utilizar medidas económicas como mecanismo de presión, incluso con países que no representen una amenaza económica directa para Estados Unidos. La segunda, que las redes sociales siguen siendo un campo de batalla peligroso en la diplomacia internacional, y que un trino mal calculado puede tener consecuencias serias. Finalmente, que América Latina, una vez más, es un actor secundario en la gran estrategia global de Estados Unidos, salvo cuando algún líder decide voluntariamente meterse en el centro del huracán.
Para Colombia, lo sucedido debería ser un recordatorio de que la prudencia en las relaciones internacionales no es un lujo, sino una necesidad. En un mundo cada vez más incierto, lo último que necesitamos es abrir frentes de conflicto innecesarios. Trump juega su propio juego, y lo hace con reglas que solo él entiende. Para no salir perdiendo, hay que saber cuándo hablar y, sobre todo, cuándo guardar silencio.