Por ana cristina restrepo j.
“En cuanto llegó, se quitó la corona y quería colgarla de las pendientes ramas, cuando se tronchó un envidioso brote, y ella cayó al torrente fatal con todo y sus rústicos adornos. Sus ropas, huecas y extendidas, la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena, en tanto iba cantando pedazos de canciones antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada y nacida en aquel elemento. Pero no era posible mantenerse así por mucho tiempo, porque sus vestiduras, pesadas por el agua que absorbían, sumergieron a la infeliz, silenciando su melodioso canto con la muerte”. (La muerte de Ofelia, ‘Hamlet’, William Shakespeare).
Ojalá todos los muertos de agua permanecieran en nuestra memoria como la Ofelia de Shakespeare en el cuadro de J. E. Millais: la apacible exhalación de la joven que flota sobre un lecho florido. Ojalá todos los muertos de agua lo fueran solo por voluntad propia como Alfonsina Storni o Virginia Woolf, cuyas lágrimas desembocaron en el Mar del Plata y el río Ouse. Ojalá todos escaparan a la suerte de los ene enes que se tragan y regurgitan el Cauca y el Magdalena...
Darío Acevedo, director del Centro Nacional de Memoria Histórica, advirtió que habrá modificaciones en el guion del Museo de la Memoria. Las víctimas habían elegido agua, tierra y cuerpo como metáforas para narrar el conflicto. Al respecto, Acevedo dijo a su equipo (en un audio divulgado por Noticias Uno): “Poner a hablar un río, perdónenme muchachos, eso está muy bien para una obra literaria, una poesía [...] Recuerden cómo se burlaban de Maduro porque hablaba con un pajarito”.
¿Qué pensarán hoy los dolientes de las víctimas que jamás han sido halladas, que retornaron a la superficie en una atarraya o aparecieron, putrefactas, a orillas de un río?
En más de cincuenta años del conflicto armado que Acevedo se empeña en negar, los ríos han sido lugares de desaparición: sus aguas hablan como los cementerios. Para las personas religiosas o creyentes, un cementerio es un espacio ritual, de culto de despedida; para la Fiscalía, un lugar que alberga los restos de muertes naturales y violentas; y específicamente para el CTI, una bodega de pruebas. ¡Eso, también, es un río!
Periodistas como Patricia Nieto (en los libros Llanto en el Paraíso y Los escogidos) y Alfredo Molano (en innumerables crónicas) han narrado el sino de los muertos de agua y la incertidumbre de quienes quedan vivos, aquellos que le hablan a la creciente como si les fuera a regresar el amor perdido. Sí, enloquecidos del dolor, como Ofelia después de la muerte de su padre Polonio.
Habrá que contarle a Acevedo que la Jurisdicción Especial para la Paz escribe la Historia de los muertos de agua del Cauca por medio de audiencias e investigaciones sobre la zona de influencia de Hidroituango. Y no lo hace con herramientas literarias ni poéticas, sino judiciales y científicas: oye al río.
¿Será que el director del Centro Nacional de Memoria Histórica considera que la medida cautelar inmediata de la JEP sobre el laboratorio de Osteología Antropológica de la Universidad de Antioquia es un soneto?
¿Ser o no ser un centro de homenaje a las víctimas?
Acevedo desprecia la literatura y la memoria, pero bien sabe cómo prolongar una tragedia.