El amplio espectro de la fragilidad humana ofrece cuatro retratos casi perfectos: un bebé en una incubadora, un despojado (damnificado o desplazado), un artista antes de salir al escenario y un académico en proceso de entrega de su tesis de maestría o doctorado.
La proliferación de funcionarios que mienten sobre su formación académica coincide con el discurso, en las redes sociales y programas de opinión, de algunos panelistas que piden ser citados según su alcurnia intelectual: “Llámeme maestro/doctor”. Y como la soberbia no tiene techo, censuran a quienes tienen alguna voz pública –activistas sociales, actores, funcionarios, comerciantes– sin diplomas que los acrediten.
¿“Doctor es cualquier pendejo”?
Un país que a diario maltrata las palabras...