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Todos, en algún momento, perdemos algo: una oportunidad, un ser querido, una parte de nosotros mismos. Y aunque pareciera que no hay forma de seguir, siempre hay una cuerda que queda. Una cuerda que, si te decides a usarla, puede ser interpretada con maestría y hacer resonar tu vida con todas sus fuerzas.
Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA
Una noche el maestro del violín Nícolo Paganini enfrentó lo imposible. El infierno se abrió bajo sus pies. Frente a un auditorio abarrotado y en uno de los momentos más vibrantes de la velada una de las cuerdas de su violín se reventó. Sin ella, continuó tocando. Luego, otra. Y después una tercera. El público ya consciente de la batalla que libraba ese hombre en el escenario quizá esperaba y hubiera comprendido con empatía una pausa.
La vida no avisa cuando las cuerdas empiezan a romperse. Puede ser una relación, un proyecto o, incluso, nuestra propia confianza. Todo parece tambalearse, y lo fácil es rendirse. Pero es justo en ese momento, cuando nos sentimos más frágiles, que la grandeza comienza a forjarse.
Paganini contuvo la respiración y decidió que el fuego no estaba bajo sus pies amenazando con consumirlo, sino en sus manos. Hizo lo que nadie esperaba: continuó hasta terminar y lo hizo con tal maestría que la sala pasó del silencio compasivo al éxtasis. No solo tocó, creó arte con la única cuerda que le quedaba.
Todos, en algún momento, perdemos algo: una oportunidad, un ser querido, una parte de nosotros mismos. Y aunque pareciera que no hay forma de seguir, siempre hay una cuerda que queda. Una cuerda que, si te decides a usarla, puede ser interpretada con maestría y hacer resonar tu vida con todas sus fuerzas. En el escenario de tu existencia la pregunta no será entonces cuánto has perdido, sino qué harás con lo que te queda. Esa cuerda es la posibilidad de levantarte, de intentar de nuevo, de tocar aunque el infierno pareciera abrirse bajo tus pies.
El acto de continuar no es solo resistencia y fortaleza, es creatividad en su máxima expresión. No es fingir que nada se ha perdido, es transformar lo que queda en algo que posiblemente ni siquiera te habías imaginado. Es dotar de sentido lo que parece ser solo cenizas y mirar el desastre para encontrar la chispa que detone tu fuego interior. Las cuerdas rotas son parte de la vida. Son la evidencia de que has vivido, amado y vuelto a intentar.
Puede que hoy te sientas al borde del escenario, inseguro de si podrás salir adelante. Pero recuerda que tu vida, como la música, no necesita ser perfecta para ser extraordinaria. Necesita que la vivas con coraje, que toques con pasión y que encuentres belleza, incluso, en un violín sin cuerdas. Toma lo que te queda, sea lo que sea. Y toca. Toca como nunca antes lo has hecho. Quizá sea el mundo el que necesita de ti, de tu valentía, de la música única e irrepetible que surge desde tu coraje.