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El Billete

Lo que eres no cambia con los golpes inevitables de la vida. Las huellas que llevas son solo el rastro de tu fortaleza, no de tu pérdida de valor.

23 de noviembre de 2024
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Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA

El profesor de matemáticas entró al salón con la seguridad de que daría una de las más grandes lecciones a los niños que terminaban su año escolar. Al entrar y tras un breve saludo sacó de su billetera un impecable billete de $50 mil. ¿Quién lo quiere? -les preguntó-. Todos levantaron la mano casi de inmediato y con entusiasmo pero mirándose con incredulidad.

Él se queda en silencio. Mira sus caras. Intuye que ninguno de los niños se detuvo a pensar la razón por la cual lo deseaban antes de instintivamente levantar la mano. Solo lo deseaban. Aun con sus manitas arriba y ante su expresión de asombro, vieron al profesor arrugar el billete con fuerza. Lo aprieta con el puño cerrado hasta dejarlo hecho una bola reconocible como el billete solo por sus colores. Manteniéndolo en la palma de su mano pide que quienes ya no les interese, bajen el brazo. Todos permanecen inmóviles con él levantado. Ya lucen confundidos y en una prueba de resistencia, pero ninguno desea perder la oportunidad de obtenerlo, aunque no tuvieran necesidad o carencia alguna.

Como un accidente premeditado y ante los ojos sorprendidos de ellos, el profesor lo deja caer al suelo. Lo pisa. Camino al colegio había llovido y algo del barro que quedaba en sus zapatos desmejoraron completamente el aspecto del billete. ¿Todavía alguien lo quiere?, insistió, inclinando su cabeza y mirando sobre sus gafas. Quien no -reiteró- puede bajar ya su brazo. Una cuantas manos se veían un poco más decaídas, pero ninguno de los alumnos desistió. El profesor sonrió mirando a su clase y se agachó a recoger el andrajoso papel.

Pacientemente lo levantó cogiendo cada lado con sus manos y lo estiró para exhibirlo nuevamente en el aire como un trofeo. Parecía que décadas de uso hubieran transcurrido en los minutos del maltrato al que fue sometido. Nada quedaba de ese aspecto impecable con el que fue sacado de la billetera. Pidió que ya bajaran sus manos. Aún lo desean -dijo- y probablemente lo harán hasta que lo destruya. Realmente su aspecto en ningún momento les ha hecho perder el interés en obtenerlo porque entienden que siguen siendo $50 mil pesos y ese es el punto-prosiguió-. Ahora es un papel arrugado y marcado por esta experiencia a la que lo sometí, pero nada de lo que le hice intencionalmente logró que perdiera su valor frente a sus ojos.

Ajustando sus gafas y aclarando su garganta, pero con la voz quebrándose, les afirmó a aquellos niños atónitos: “con los años, ustedes aunque arrugados, golpeados o pisoteados, seguirán siendo invaluables. Nada de lo que les pase puede quitarles eso y frente a los ojos correctos, su esencia nunca dejará de ser deseada”.

Gran lección. Lo que eres no cambia con los golpes inevitables de la vida. Las huellas que llevas son solo el rastro de tu fortaleza, no de tu pérdida de valor.

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