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La vida lenta

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Por Lina María Múnera G.

muneralina@gmail.com

Desde hace poco menos de 40 años se viene desarrollando en el mundo una tendencia cultural conocida como Slow Movement, que consiste en bajar el ritmo y hacer las cosas a la velocidad correcta. No se trata de apagar y desconectar sino de dar un paso atrás estratégico y crear espacio para la lentitud.

La primera persona que comenzó a reflexionar sobre este tema fue el italiano Carlo Petrini, quien generó toda una revolución al protestar enérgicamente por la intención de instalar un Mc Donalds en Roma en plena Plaza España. Era 1986 y, sin proponérselo, nacía el movimiento Slow Food que promueve el consumo local y las formas de cocina tradicional. Pero quien más ha teorizado, promovido y extendido esta idea llevada a todos los ámbitos de la vida, ha sido el periodista Carl Honoré. Primero, con un libro que fue bestseller en el 2004 titulado Elogio de la Lentitud, y luego a través de conferencias por todo el mundo.

Lo que Honoré quiere transmitir es sumamente pertinente en estos momentos de teletrabajo en los que hemos podido comprobar cómo la actividad laboral desde la casa se ha, cuando menos, triplicado, unida en muchos casos al cuidado de los hijos y el mantenimiento del hogar. “Luchamos por el derecho a establecer nuestros propios tiempos” y no, no es una utopía preindustrial como se pretendía en el siglo XIX cuando empezó la era de las máquinas, sino la búsqueda de la lentitud como sinónimo de equilibrio. Hacer las cosas más despacio suele significar hacerlas mejor, nos recuerda Honoré.

Basado en cientos de investigaciones y estadísticas, su libro nos demuestra cómo esa cultura del trabajo ha llevado a la sociedad a tener problemas de estrés laboral y extenuación (lo cual claramente perjudica a las empresas), exceso de peso por la mala alimentación y el poco tiempo que se le dedica a este tema y necesidad de estimulantes para estar más despiertos. En Japón existe el término karoshi, es decir, mientras el cuerpo aguante, para definir las muertes por suicidio o accidentes cerebrovasculares generadas por esa cultura del trabajo que los hace sentir mal si llegan a la hora en punto a sus oficinas (deben hacerlo por lo menos 15 minutos antes), trabajar en largos horarios o no pedir vacaciones porque está mal visto.

Parar, apartar la vista de lo que se está haciendo durante unos minutos, no hacer dos cosas a la vez aunque parezca lo más eficiente y moderno, encontrar el ritmo adecuado de la lentitud interior. Se puede intentar, ¿no? Porque como dice Honoré, “Hacer las cosas más despacio suele significar hacerlas mejor”. Y porque una vida apresurada irremediablemente se vuelve superficial.

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