Nada alentador resulta el informe de riesgos globales recientemente divulgado por el Foro Económico Mundial, el cual estructura y analiza las percepciones expresadas por 12.000 líderes de 121 países en los sectores académicos, empresariales y sociales del mundo.
La directora del Foro, Saadia Zahidi, nos dice que el informe “apunta a un panorama frágil y volátil: una potencial nueva era de ‘policrisis’. El 2023 se convierte en un momento decisivo de éxito o fracaso para que los líderes inviertan en resiliencia, crecimiento y cooperación para administrar riesgos conocidos y prepararse para futuros golpes”.
Así que policrisis es la palabra utilizada para describir un escenario en el que confluyen y se entrelazan crisis ambientales, económicas y geopolíticas. Es la conjunción de fenómenos negativos interconectados como crisis climática y pandemia; inflación y depresión; guerras y divisiones internacionales.
Ello puede generar un riesgo global, entendido según el informe como la probabilidad de “eventos o condiciones que de ocurrir impactarían negativamente de manera significativa al PIB mundial, la población o los recursos”. Es un escenario lamentable desde el punto del desarrollo humano y una frustración para el logro de los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas.
Según los expertos, los principales riesgos provienen de la deficiente acción contra el cambio climático, la recuperación volátil y desigual en la etapa postpandemia, erradas políticas sociales y ambientales e insuficiente control de los desarrollos cibernéticos.
Los efectos previsibles para los próximos 10 años son: crisis del costo de vida visto como el riesgo global más grave para los próximos dos años; ampliación de las brechas socioeconómicas e incremento de la desigualdad y el resentimiento social; escasez de recursos naturales y crisis alimentaria; erosión de la cohesión social y disturbios generalizados e incremento de las migraciones; inflación y crisis en el pago de la deuda; deterioro de la salud mental e incremento de las brechas educativas y de habilidades; aumento de los niveles de inseguridad; enfrentamientos geopolíticos y la sombra de guerra nuclear. Resulta llamativo no encontrar, en este contexto, algo respecto a la producción, procesamiento, tráfico y consumo de drogas ilícitas.
El informe tiene algunas advertencias que el gobierno colombiano debería analizar en profundidad. Conviene destacar la siguiente: “La adopción apresurada de políticas medioambientales tendrá consecuencias no deseadas para la naturaleza. Aún existen muchos riesgos desconocidos por la implementación de tecnologías de geoingeniería no probadas... Una transición que no tenga en cuenta las implicaciones sociales agravará aún más las desigualdades dentro y entre los países”.
La desoladora conclusión es que los humanos hemos perturbado el equilibrio de la naturaleza y no tendremos un mundo mejor dentro de un horizonte de 10 años. No avanzaremos en la cooperación y el bienestar, sino hacia la divergencia, la mayor competencia, polarización y proteccionismo.
En cuanto a nuestro país, son evidentes las afectaciones que nos causan las realidades globales y la afinidad de los planteamientos del gobierno con las percepciones del Foro Económico Mundial. Las alarmas surgen por el lado del rigor científico, las estrategias y el sentido de oportunidad para su aplicación