El orante piensa espontáneamente que por la oración de petición adquiere el poder de dar órdenes a Dios, órdenes que debe cumplir como garantía de reciprocidad. Te doy, me das. Es verdad que Jesús dice: “Pidan y les darán, busquen y encontrarán, llamen y les abrirán” (Mateo 7,7).
La oración de petición, más que dar un poder sobre Dios, es el modo de disponerme como orante para recibir lo que el Creador quiere darme. Como dice S. Agustín en una maravillosa carta a Proba: “Lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo”.
Teresa de Jesús, maestra consumada del arte de orar, cuenta en su autobiografía que cada año le pedía a San José en su día una gracia,...