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Ernesto Ochoa Moreno
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Ernesto Ochoa Moreno

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La noche oscura de la nostalgia

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

La nostalgia es la orilla opuesta de la esperanza. Definitivamente, los seres humanos nos vamos convirtiendo con los años en irredentos olfateadores de nostalgias. Como perros husmeando y escarbando en el pasado para descubrir huesos enterrados.

Es curiosa la tendencia del hombre a mirar hacia atrás. Una tentación que acaba volviéndonos estériles. Porque toda fecundidad es de futuro. La plenitud, la preñez, son realidades turgentes, que apuntan hacia adelante. Los recuerdos no se paren. Se vomitan, se evacuan, se extirpan, pero no se dan a luz. Ninguna maternidad mira hacia el pasado, ningún hijo se engendra como homenaje al tiempo ido.

La mejor manera de guillotinar nostalgias es enfrentar la vida, lo que nos queda de vida, desde la esperanza. Nunca desde el recuerdo. Como más de una vez lo he mencionado, según san Juan de la Cruz la memoria es purificada por la esperanza. Solo la esperanza nos permite abrir la jaula en que están encerradas, a veces como desafiantes lobos rabiosos, a ratos como mansas palomas en apariencia inofensivas, esas nostalgias que nos pueden dejar anclados en el pasado. Que será siempre un pasado estéril e inútil si no lo redimimos a punta de futuro. Siguiendo al místico carmelita, podríamos decir que vivir la noche oscura de la esperanza, de la que él habla y que es pilar fundamental de su espiritualidad, es vivir también la noche oscura de la nostalgia.

Como bien se sabe, etimológicamente la palabra nostalgia significa pena o dolor por la ausencia de la patria o de los amigos. En griego nostos es patria y algos, dolor. Es la tristeza de verse lejos del hogar. Es una bella etimolgía. La palabra la inventó en 1698 el médico suizo Johannes Hoffer en una tesis de medicina sobre la enfermedad que puede afectar a quien se ve obligado a vivir fuera de su patria y que puede llevarlo a la muerte.

Suena raro mezclar un vocablo del siglo XVII con la expresión “noche oscura”, acuñada en el siglo XVI por el místico carmelita san Juan de la Cruz. Claro que de nostalgias, de esta que bautizó el médico suizo y de otras, hondas y espirituales, como la nostalgia de Dios, sí sabía el gran poeta español del Siglo de Oro.

Para superar la nostalgia, que nos deja anclados en el pasado y anquilosa nuestra vocación, no hay sino un remedio: la esperanza. Y la esperanza es la noche oscura de la memoria, como enseña el santo carmelita. Por eso hablo hoy, a punto de dejar atrás el mandato de Duque —que para muchos es un mal recuerdo— y empezar el de Petro —para otros muchos es un riesgo real—, lo que me dijo alguna vez el padre Nicanor Ochoa, mi tío, que a ratos se vuelve poeta: “Tal vez sea ese el destino, hijo: guillotinar sueños y añoranzas, como única forma de ser fieles al presente. A todas las nostalgias hay que torcerles el pescuezo, como quien asesina alondras” 

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