Llovieron candidatos, se contaban por cincuentenas. Algunos se juntaron en coaliciones con nombres prometedores. Anunciaron lo anunciable, que este país dejará de ser este país. Así se asomó la ilusión.
Hoy, en el segundo plenilunio del 2022, y a un mes de las elecciones de marzo, mucha gente está viendo un chispero. El clima de la política en las calles lo marca la caricaturista Nani en boca de su personaje Magola: “esto pinta mal, no hemos empezado y ya me desilusioné de cuatro candidatos”.
Desilusión: esta es la nube que enrarece los cerebros y hace desfallecer los entusiasmos. Para haber desilusión, debió precederla una ilusión. Llovieron candidatos, se contaban por cincuentenas. Algunos se juntaron en coaliciones con nombres prometedores. Anunciaron lo anunciable, que este país dejará de ser este país. Así se asomó la ilusión.
Todos se sintieron presidenticos. Como no es posible elegir a más de uno, comenzó la avidez. Nada que se robe más el show que una garrotera en público. Así que guardaron sus pullas para cuando hubiera cámaras. En efecto, alborotaron el avispero mostrándose los dientes.
Luego les dio por bailar, cantar, ser comediantes o influenciadores. Pero carecen de humor, don otorgado por los genes y perfeccionado a fuerza de preparación. No. Resolvieron confiar en asesores de imagen y se lanzaron al agua del ridículo. Parecen muñequitos sonrientes, se apocaron como estadistas, desinflaron a los posibles seguidores.
Así, la desilusión amargó la saliva. ¿A quién creerle? ¿Al aspirante que llega con poderoso curriculum vitae y manifiestos para enmendar el rosario de calamidades nacionales? ¿O al oportunista que se dejó encandilar por Tik Tok y niveló por lo bajo a la juventud? Esa juventud enardecida y miedosa de languidecer como sus padres y abuelos.
La luna llena de este mes enano puede ser el amarillo que infiltre la duermevela de los desencantados. La pandemia desordenó el horario del sueño e induce ansiosa actividad creativa antes del amanecer. La gente reprograma su destino y comienza los días reinventándose.
La inminencia de tres elecciones pone en acción ilusiones al alcance de la mano. Si los candidatos defraudan, cada ciudadano se vuelve candidato a regir la cuerda arisca de su destino. Aparecen entonces horizontes realizables, vocaciones que se creían imposibles.
La política y sus políticos quedan reducidos al circo de sus capacidades ridículas. Y los colombianos se hacen ver como fuente de las más altas rabias y los más asombrosos heroísmos.