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Víctor Corcoba Herrero
Columnista

Víctor Corcoba Herrero

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LA INTRUSIÓN EN LO QUE ES DE TODOS

Por

Víctor Corcoba Herrero

corcoba@telefonica.net

La invasión de la vida silvestre es un mal presagio. Precisamente, la Organización de Naciones Unidas, que proclamó el día 3 de marzo como día mundial de esta existencia salvaje que nos circunda, acaba de poner de relieve un mensaje directo y firme, en relación a este poético patrimonio. Considera el momento de tomar en serio los delitos que se vienen produciendo contra la fauna y la flora, comparable a otros perniciosos modelos como la trata de seres humanos y el tráfico de drogas, artículos falsificados o el absurdo comercio de armas. Al parecer, tienen pruebas sólidas de que hay una participación creciente de redes de delincuencia organizada y grupos armados, que todo lo contaminan y lo extinguen para su goce o enriquecimiento personal.

No olvidemos que los bienes indispensables para la vida de cada uno, son de todos, como el aire mismo que respiramos. Por consiguiente, combatir estos delitos no solo es esencial para nuestra propia existencia, sino también para la conservación y el desarrollo de la propia especie humana. Obviamente, las naciones tienen que hacer valer su estado de derecho, pues estamos ante un interés universal, de modo que el uso de esta riqueza redunda en el bien de la humanidad.

Tal vez el primer paso para la solución de problemas, aparte del optimismo como aliento, sea el de aprender a valorar lo que nos rodea. Quien no ama lo que le envuelve difícilmente merece vivir. Con la naturaleza, que no es de nadie y es de todos, no se comercializa. De pronto, mal que nos pese, todo parece estar en peligro. Nosotros estamos viviendo un momento de deriva, de descontrol; lo vemos en el medio ambiente, pero también en el propio ser humano. Nuestro específico manto silvestre cada día está más desértico. Algunas de las especies más carismáticas se han extinguido ya o están a punto de extinguirse de inmediato. El ser humano no puede coexistir armónicamente bajo el imperio del engaño. Nosotros tenemos la obligación de custodiar esta belleza campestre, selvática, por encima de una cultura que todo lo destroza sin miramiento alguno. Es hora de actuar, de que dejen de dominar en el mundo las dinámicas de una economía putrefacta y de unas finanzas carentes de ética. El dinero tiene que dejar de gobernarnos. ¡No puede ser así!. Vuelva a la vida lo que es de la vida. Desvivámonos por celebrar la belleza y la variedad de la flora y la fauna que nos guarda en cada esquina. Creemos conciencia acerca de esta necesidad y no expropiemos, a nuestro antojo, lo que es un bien social para todo el linaje.

Esta concepción natural de la existencia silvestre, orientada hacia toda la familia humana, precisamente se hace fértil cuando se despoja de soberbia y toma la humildad como abecedario de entendimiento. Puede que la cooperación entre naciones resulte vital para la protección de ciertas especies, sobre todo contra su explotación excesiva mediante el comercio internacional, pero es el propio ser humano el que tiene que concienciarse de la gran riqueza estética, científica, cultural, recreativa y económica, que genera este mundo rústico, que continuamente nos viene lanzando llamamientos ante nuestros abusos. Si escucháramos mucho más a ese universo salvaje, estoy seguro que tendríamos otra pasión y también otra dedicación. Produce un inmenso dolor pensar que nuestro propio hábitat nos habla, mientras la especie humana apenas presta atención a sus lenguajes, contribuyendo a acrecentar el negocio, por ejemplo el de la subasta de marfil o cuernos de rinoceronte ilegales.

La humanidad, ciertamente, ha logrado avances, pero también retrocesos. Una de las grandes regresiones es el medio ambiente y, con ello, la vida silvestre tan ahogada como acosada por un indigno desarrollo de temores, discriminaciones, explotaciones absurdas e injusticias, que hacen la propia vida irrespirable. Si importantes son las personas, también su hábitat, que pide a gritos civismo, gobernanzas eficaces, aplicación de las normas internacionales, coherencia e implicación de todos los ciudadanos. Hasta ahora, todas las voces han reclamado una agenda centrada en las personas y con conciencia planetaria que asegure el respeto de la dignidad humana, la igualdad, la ordenación del medio ambiente, economías saludables, la libertad para vivir sin miseria y sin temor y una asociación mundial renovada para el desarrollo sostenible. El discurso público está ahí, lo que falta son las acciones que han de ser contundentes, con determinación y valentía, para lograr el objetivo de un medio ambiente digno para una existencia digna, que no deje a nadie sin respiración. Y es que el egoísmo, aún no sabe nada más que amarse a sí mismo. Qué lejos queda el compartir.

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