Los que llenan ciclovías, los que marchan para protestar, las que dejan ver sus piernas con altivez, los que no votaron para consejos de juventud. Esos desconocidos. Los que viven en el “hotel mama” (así, sin tilde), los que no leen prensa, pues los celulares les bastan para estar aquí, allá y más allá. Esas incógnitas.
Nacieron con el milenio, pero su origen puede remontarse a comienzos de los años ochenta. Whatsapp, Instagram, Tik Tok son sus continentes informativos, recreativos y aglutinantes. Vinieron a la vida cuando las instrucciones para manejar aparatos desaparecieron. No las necesitan, las traen incorporadas.
Son bien distintos de la juventud de los años sesenta, que inauguró los tiempos modernos. ¿Modernos? Modernos sí, pero no contemporáneos. Lo contemporáneo en ellos desterró lo moderno. Heredaron la anticoncepción, el aborto, el radicalismo, el hastío hacia las instituciones. Persisten en una manera de combate: caminar con tambores, sin discursos, con canciones virales, la marcha como fiesta.
No rechazan abiertamente a sus mayores, los ignoran, elevan frente a ellos una jerga solo para semejantes. Si solo el diez por ciento votó para los consejos, el restante noventa utiliza la palabra “política” con náusea. No son indiferentes, tienen sus secretas tretas para despreciar y chocar.
Su ruptura tal vez es más profunda que la de sus padres frente a las generaciones anteriores. Consiste en el ninguneo, quizá en la lástima porque los viejos no logran captar el sentido del planeta virtual sobre el que los parieron. Algunos les arman bronca, pero a la mayoría le basta avanzar un silencio misericordioso con los antepasados.
Sus medios de comunicación son imbatibles. Acuerdan citas para eventos sin que nadie por fuera de ellos se entere. Consideran ridículo aparecer en radio, periódicos, televisión. Llenan sus conciertos, tertulias, teatros, librerías, rumbas. Se identifican unos a otros por olfato.
Tienen sus influenciadores, que hablan, se visten, se ríen y vibran como ellos. Los llaman en inglés, influencers, los enriquecen, los convierten en modelos de vida con carros caros. El mundo está en manos de estos jóvenes, de estos desconocidos. El siglo les pertenece. Ninguno tiene la perspectiva del futuro; sin embargo, ellos son el futuro