El último jueves de junio celebramos la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. El sacerdocio de Cristo está expresado de modo admirable en este texto: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17).
Jesús es sacerdote de sacerdotes porque él no ofrece víctimas, como animales, por sus pecados y nuestros pecados, sino que él mismo, que es sin pecado, se ofreció a sí mismo al Padre como víctima por nuestros pecados de una vez para siempre.
Y a semejanza de Jesús, nosotros sí pecadores, participamos de su sacerdocio, como lo dice el apóstol Pedro (2,9) en un texto admirable: “Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
Al comienzo de la Biblia leemos: “Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex. 19, 6), de manera que el pueblo es sacerdotal por voluntad del Creador. Y así aparece hasta en el último libro bíblico. “Aquel que nos ama [...] ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre [...] y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra [...] serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él (Ap 1, 5.6; 5, 10; 20, 6).
Sacerdote es el que consagra, es decir, el que hace presente a Dios en las personas y las cosas. Y también el que sacrifica, que según su etimología latina, significa el que hace sagrado algo, persona o cosa. La oración, entendida como relación de inmediatez de amor con Dios, es el modo perfecto de cultivar la vocación sacerdotal.
El sacerdocio común de los fieles va unido al sacerdocio ministerial. A este le corresponde la misión de vivir y enseñar a los demás la vocación sacerdotal, de manera que cada uno pueda decir, fascinado, como Jacob: “Terrible es este lugar. No es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo” (Génesis 28,18).
Celebrar la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote es aprovechar la oportunidad para tomar conciencia de que tenemos el poder de dignificar y ennoblecer las personas y las cosas con una mirada y un comportamiento llenos de amor, juntando así la tierra con el cielo, el cielo con la tierra.
El sacerdocio común de los fieles, la vocación humana por excelencia.