Desde que los hombres dominaron los mares hubo piratas. De hecho, su nombre proviene del griego “peirates”, que significaba bandido. Los egipcios ya daban cuenta de los peligros que causaban los “pueblos del mar” y en el mundo griego era habitual la alianza de Esparta con los piratas de la isla de Egina contra Atenas.
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó Roma fue el de imponer su ley a los piratas que amenazaban las rutas comerciales del imperio. Al final del periodo republicano, la piratería se convirtió en una plaga, especialmente por las bases que tenían los corsarios de Cicilia (sur de Anatolia, Turquía). Hasta el joven Julio César fue apresado por los piratas en el 74 a. C.
En los mares del norte de Europa también era habitual la rapiña. Los vikingos solían saquear las costas de Holanda, Francia e Inglaterra y por eso su nombre: del sajón “wiccinga” que significa “pirata”, popularizado por un abad inglés del siglo X. Llegaron a establecerse en el naciente reino de Francia, en Normandía (“la tierra de los hombres del norte”), y desde allí tomaron Inglaterra, Gales y parte de Irlanda.
También los pueblos celtas y los bretones (donde surge en realidad la leyenda del rey Arturo y su tabla redonda) se dedicaban en parte a la piratería. Y los navegantes vizcaínos y guipuzcoanos, muy temidos en el golfo de Vizcaya y en el Mediterráneo. Muy curiosa es la historia de un tal Pero Niño, marino castellano que entró muy joven al servicio del rey de Castilla Enrique III contra el corsario berberisco. Tras muchas campañas en el Mediterráneo, tras la guerra de los Cien Años, Castilla accedió a apoyar a Francia contra Inglaterra ya que así podía vengar los ataques ingleses a sus naves en el canal de La Mancha en su ruta hacia Flandes. Niño saqueó durante 1405 todo el sur de Inglaterra y estuvo a punto de llegar a Londres, como en 1380 hiciera el marino castellano Fernando Sánchez de Tovar, quien arrasó todo a su paso remontando el Támesis hasta las puertas de Londres.
Con la primera globalización que trajo la conquista española de América se abrieron rutas por todo el Atlántico, el Caribe y el Pacífico, y las naves españolas tuvieron que multiplicarse para hacer frente a los piratas en todos los mares: ingleses, holandeses y franceses en el Caribe y el Atlántico; los berberiscos en el Mediterráneo, y los amarillos en las Filipinas y las Molucas (las islas de las especies), descubiertas tras la primera vuelta al mundo de la historia de Magallanes y Elcano. Surgió entonces la edad dorada de la piratería.
Sin embargo, el primer pirata del Caribe del que se tiene constancia fue un español: Bernardino de Talavera, que había llegado a las Indias en el segundo viaje de Colón y tras hacerse terrateniente en La Isabela acabó pirateando por culpa de sus deudas y de su afición al ron.
Hoy, sin galeones preñados de oro que atacar, los corsarios caribeños piratean agua adentro. Venezuela es su isla Tortuga, la cueva de todos los bandidos, con permiso de Cuba. Allí, la extravagancia del régimen de Maduro llega al extremo de tener que repetir unas elecciones en Barinas, la patria chica del difunto Hugo Chávez, porque fueron incapaces de amañarlas en primera ronda pese a tener amarrado el poder desde hace años. El Tribunal Supremo (lo de Justicia es broma) ordenó repetir las elecciones al “detectar” que el candidato opositor y ganador en los comicios del pasado 21 de noviembre, Freddy Superlano, se presentó pese a estar inhabilitado.
La “patente de corso” de Maduro a su candidato Arreaza, casado durante una década con una hija de Chávez y sustituto del fracasado Argenis Chávez, hermano del finado dictador, no ha servido para que la Cofradía de Hermanos de la Costa retenga el poder en Barinas. Se desplegaron 24.000 militares y se entregaron miles de electrodomésticos chinos para comprar votos al grito de “¡ron, ron, ron, la botella de ron!”. Pero como no hay electricidad para prenderlos, han perdido hasta en el pueblo donde nació Chávez. Ni piratear saben