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La tecnocracia no busca suplantar la voluntad popular, ni los saberes ancestrales sino complementarlos con la experiencia y el conocimiento técnico de expertos en diversas áreas.
Por Isabel Gutiérrez - JuntasSomosMasMed@gmail.com
En un mundo cada vez más complejo, donde los desafíos científicos y tecnológicos son crecientes, la tecnocracia emerge como una herramienta importante para la toma de decisiones informadas en el seno de la democracia. La tecnocracia no busca suplantar la voluntad popular, ni los saberes ancestrales sino complementarlos con la experiencia y el conocimiento técnico de expertos en diversas áreas. De esta manera, se busca asegurar que las decisiones políticas se basen en evidencia científica y análisis racional, evitando así la improvisación y el populismo.
El presidente y su ministra de Agricultura, Jhenifer Mojica, recientemente cuestionaron la eficacia de los tecnócratas en el gobierno y el uso de la ciencia para solucionar problemas, favoreciendo la práctica y los conocimientos ancestrales por encima del estudio riguroso de los avances recientes en ciencias naturales y sociales. Aunque la intención de valorar todas las formas de conocimiento es importante, desestimar las contribuciones de los tecnócratas podría obstaculizar el desarrollo de Colombia.
Los tecnócratas, a menudo considerados como arquitectos invisibles tras la cara del gobierno, aportan una riqueza de conocimientos y una destreza esenciales para los gobiernos modernos. Su experiencia no es sólo una cuestión de credenciales académicas; se trata de aplicar la toma de decisiones basada en evidencia para resolver problemas complejos. Desde la gestión de políticas económicas que han protegido nuestra economía en tiempos difíciles hasta el diseño de estrategias de salud pública que sortearon la pandemia más retadora, sus contribuciones son innegables.
Además, los tecnócratas impulsan la innovación y la eficiencia dentro del sector público. Su comprensión de los fenómenos pueden incluso transformar los procesos burocráticos, haciendo que los servicios del gobierno sean más accesibles y efectivos para todos los colombianos, generando ahorros y haciendo más eficiente el gasto público. Ahora bien, la crítica de la ministra Mojica, que hace énfasis en el valor de la práctica y el conocimiento ancestral, en particular en la agricultura, no carece de mérito. Estas formas de conocimiento son la base de nuestro patrimonio cultural y proporcionan enfoques sostenibles y probados a lo largo del tiempo para los retos medioambientales y agrícolas.
La discusión que proponen el presidente y su ministra no nos puede llevar a la dicotomía de elegir entre una cosa u otra, sino en integrar ambos mundos. Imaginemos las posibilidades que se abren cuando los planteamientos innovadores de los tecnócratas se basan en la sabiduría de nuestros antepasados y, en el caso colombiano, comunidades que traen una tradición rica en soluciones. Esta combinación puede generar políticas innovadoras que sean a la vez tecnológicamente avanzadas y culturalmente respetuosas, garantizando que el progreso no se produzca a costa de nuestro patrimonio.
Asumamos este momento no como un punto de división, sino como una oportunidad para redefinir lo que significa gobernar bien y con sensatez. El futuro de Colombia depende de nuestra capacidad para combinar lo mejor de nuestro pasado con la promesa del mañana.