La inflación, definida como la variación en el nivel de precios de un país, es la variable por excelencia que permite medir la salud de una economía. Su correcta medición es, por esa razón, de la mayor importancia y de tiempo atrás ha dado lugar a sesudas investigaciones de estadísticos y economistas. A propósito, en días pasados el director del Dane anunció la actualización del cálculo del índice de precios del consumidor (IPC), con el cual se calcula la inflación. Las novedades metodológicas que tendrá el IPC responden a sugerencias de los organismos internacionales que supervisan la calidad de la producción de estadísticas en el mundo.
En esas directrices se sugiere que el IPC debe tener una revisión general al menos cada diez años, de forma que permita incluir los cambios sociales y económicos, así como ajustar los productos y servicios (los que entran y los que salen de acuerdo con los patrones de consumo de la sociedad) de la canasta que se está midiendo. El consejo es esencial, la construcción del IPC parte de una idea básica: se construye, a partir de encuestas, una canasta de bienes y servicios estándar consumida por los hogares y de ahí se pasa a seguir la evolución de los precios de sus componentes en un período determinado. Sin embargo, con el paso del tiempo las preferencias de los hogares se modifican, su consumo cambia y hay que actualizar la canasta. Para dar un ejemplo, hoy en día los hogares consumen intensamente Netflix, Spotify, entre otros, servicios que hace 20 años no existían. Por el contrario, se dejaron de usar los servicios de localización personal (buscapersonas, etc.).
La reforma es ambiciosa porque comprende la actualización sustancial de la canasta y la adecuación de las ponderaciones o pesos de los diferentes bienes y servicios dentro de ella. Todo esto soportado en una nueva encuesta que interroga a los hogares sobre sus hábitos de consumo. También se incluyen los hogares unipersonales, un desarrollo de la sociedad que cada vez tiene una mayor importancia.
Hay una novedad en la medición de la inflación que el Dane podría considerar como un complemento de la forma tradicional. Cada vez más se utiliza para este fin la inteligencia artificial (IA), definida como la simulación de procesos de inteligencia humana por maquinas, en el cálculo de variables complejas como la inflación.
En este caso la máquina corresponde a las llamadas redes neuronales que replican con un algoritmo el comportamiento de las neuronas. Las redes pueden aprender y esa propiedad permite afrontar los desafíos que para un instituto de estadística plantea la existencia de un comercio globalizado en el que pululan millones de productos, con cambios frecuentes en los precios y una altísima rotación. Tiempos modernos.