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Cada cierto tiempo nos engorilamos. Es recurrente a lo largo de la historia. Uno se pone chulo y el resto no le va a la zaga. Del rearme se pasa a la acción y de ahí, a la guerra, que vuelve a hacer más ricos a los ricos y aniquila los escasos ahorros de todos los demás.
Ahora, con el Rasputín 2.0 tocando las narices parece que todos nos hemos puesto de acuerdo en que hay que hacerle frente, no sin motivo. De hecho, hace una década que Europa debía de haber tomado medidas contundentes con la invasión de Crimea, antecedente histórico de todo lo demás.
Pero el rearme no debería llevarnos al alarmismo. Resulta que la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, quiere que todas las casas europeas tengan suficientes previsiones para resistir 72 horas sin ayuda en caso de una guerra o de otros desastres como pandemias, emergencias climáticas o ciberataques. Ese kit de emergencia debería incluir reservas de agua, medicamentos, baterías y alimentos.
Esta ocurrencia llega después de que Bruselas haya presentado el plan “ReArm” –que busca movilizar hasta 800.000 millones de euros para inversiones en defensa- y el plan “Readiness 2030”, como han bautizado al Libro blanco para la Defensa Europea, donde se plantea que la Comisión permita compras conjuntas de armas y se establece el instrumento “SAFE”, que habilita hasta 150.000 millones de euros en créditos avalados por el presupuesto europeo para ser invertidos en Defensa.
Sinceramente, creo que basta con hacerle saber al Rasputín de turno que Europa va a apoyar a Ucrania hasta el final y sin fisuras, y un rearme disuasorio lo suficientemente potente para bajarle los humos al inquilino del Kremlin y a su mafia que, por cierto, no son para nada la mayoría de los rusos, hartos de los delirios y la tiranía que viven desde comienzos de siglo, cuando Rasputín tomó el poder y ya no lo soltó.
Todo lo demás son paranoias. Como las informaciones sobre refugios nucleares para millonarios que aparecen recurrentemente, como fantasmas, en cuanto alguien presume una hecatombe nuclear. Es el caso de las 32.000 hectáreas bunkerizadas que el empresario hispano-argentino Martín Varsavsky pone a disposición de las fortunas en Mendoza, argumentando que los conflictos globales siempre afectan al hemisferio norte y que hasta Argentina no llegarán los efectos devastadores de un apocalipsis atómico.
Digamos que Varsavsky no es un donnadie. Nació hace 64 años en Buenos Aires, donde vivió hasta los 17, cuando la organización judía B’nai B’rith lo ayudó a exiliarse a él y su familia. La vida en Estados Unidos le permitió educarse en la New York University y en Columbia. Años después se instalaría en Madrid y se convertiría en uno de los mayores emprendedores de Europa, fundador de la telecom Jazztel. Sin embargo, estos delirios no dejan de serlo por muy bien argumentados que estén.
Nos hace falta más determinación y claridad, como cortar de una vez cualquier vínculo económico con Rusia, y menos alarmismo si queremos devolver la libertad a los rusos.
