Crecí en dos países diferentes antes de llegar a Colombia, donde he trabajado y vivido durante los últimos veinte años. Aunque adquirí la nacionalidad colombiana hace solo unos años, me he sentido parte de este país durante las últimas dos décadas. Nunca me atreveré a decir que entiendo realmente sus tristezas y dolores, sus alegrías y colores, sus distintas raíces e idiosincrasias regionales, ya que Colombia es un ser vivo difícil de descifrar y desentrañar. Pero tengo amigos y familiares colombianos, he trabajado para diferentes organizaciones en los sectores público, privado y académico; y esto me ha permitido aprender poco a poco e intentar reducir mi ignorancia, dentro de los límites de lo humanamente posible.
Así mismo, naturalmente viví estas últimas elecciones con ansias y expectativas. Para empezar, la honestidad intelectual: 1) Crecí en un hogar de centroizquierda, pero, sobre todo, de una visión socialdemócrata del mundo; 2) Creo que el movimiento centroizquierda es el enfoque más viable y productivo para la sociedad, particularmente para Colombia (recuerdo que una vez me llamaron capitalista de izquierda; ¡ah!, como si fuera un insulto...); 3) Creo firmemente que el país necesita un cambio; 4) Voté, sobre todo, con una mezcla de intuición y emoción; 5) Nunca voté por Gustavo Petro. ¿Por qué? Supongo que al final del día todo se reduce a emociones y sentimientos encontrados: algo en él no me permitió sentir confianza. Su supuesta (énfasis en la palabra supuesta) participación en tantas cosas diferentes que le han pasado al país en el pasado reciente, su pobre historial como gerente en Bogotá, los infames Petrovideos, entre otros... pero la realidad, aun con tantas dudas vinculadas a su persona, es que obtuvo un número récord de votos. Y hay que reconocerlo, un ser humano inteligente y estratégico. Con el cambio viene la esperanza, y debo admitir que, aun no habiendo votado por él, no puedo evitar sentir esperanza. Hay algo en el aire... Solo rezo para que no sea “la calma antes de la tormenta”.
Lamentablemente, tenemos en Medellín un ejemplo de líder político que representó la promesa de un cambio esperanzador, pero que se ha quedado corto en ese liderazgo transformador. El alcalde Quintero no ha cumplido las promesas que hizo y ha desbaratado, desarticulado y promovido el caos y ¿para qué exactamente? Los resultados y entregables hasta la fecha se quedan cortos; y hay una revocatoria que no avanzó, al parecer, más por temas administrativos que por voluntad popular (solo yendo a las urnas sabríamos). El alcalde Quintero tiene poco tiempo para recuperar el tiempo perdido. Muy difícil, pero no imposible.
Entonces, Gustavo Petro es mi presidente. Le pongo esperanza, le presto mi energía positiva y toda mi capacidad de crítica constructiva. A trabajar más que nunca: dedicado, buscando grano a grano contribuir para un mundo mejor, entre muchos errores, aprendizajes y sueños.