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Henry Medina Uribe
Columnista

Henry Medina Uribe

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Guerra y paz

Por Henry Medina - medina.henry@gmail.com

Las realidades mundial y nacional han puesto al presidente Petro a bailar con la más fea. Los anhelos de una paz total no riman ni con las realidades geopolíticas mundiales que nos afectan ni con los acontecimientos internos que configuran un escenario de zozobra e inestabilidad socioeconómica y política.

El acontecer geopolítico mundial es tristemente abundante en hechos de guerra. Pareciera que el balance del poder mundial amenaza perder el equilibrio, debido al incremento de capacidades bélicas nucleares en el oriente y errores pasados del occidente sobre soberanía energética. Ello lleva a que, con posterioridad a la segunda guerra mundial y la crisis de los misiles de Cuba de 1962, el mundo viva los mayores momentos de tensión y riesgo de una confrontación nuclear.

A Estados Unidos, aun siendo de lejos la primera potencia militar del orbe, le resulta insostenible atender durante tiempo prolongado tres amenazas bélicas o puntos calientes simultáneos como sucede actualmente: la guerra Rusia-Ucrania, la confrontación China-Taiwán y el conflicto entre Corea de Sur y Corea del Norte, actualmente con alta exposición. A esto hay que agregar los efectos macroeconómicos poscovid y la polarización entre demócratas y republicanos. La situación de Europa y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por razones obvias, ensombrecen el panorama.

En este ambiente de alta tensión y amenazas de hecatombe nuclear, es poco probable que los países líderes de la comunidad internacional, en un mundo cada vez más globalizado, vean con intención de apoyo los propósitos de nuestro gobierno, encaminados, al parecer, a aplicar principios de la teoría del caos planificado (Ludwig Von Mises), o la del decrecimiento económico, como alternativa al capitalismo. Ir en contravía siempre es riesgoso, más cuando se es altamente vulnerable.

En lo interno, muchos de los episodios de la vida nacional de las últimas semanas parecen contra natura. Cualquier colombiano con sensibilidad social y medianamente informado es consciente de que la paz es un imperativo categórico y que para lograrla se necesitan cambios profundos, pero no mediante el desprecio de las instituciones, la irracionalidad en el manejo de la economía, el menoscabo del principio de autoridad y el elogio de la anarquía y el caos.

Mientras este espíritu prevalezca no puede haber ninguna esperanza de paz duradera, de democracia plena, de imperio de la libertad o de una mejora en la calidad de vida y bienestar económico de nuestra sociedad. El problema no es de centro, derecha o izquierda, sino de humanidad, buen criterio y sana lógica. Apliquemos el principio de oportunidad pues, como decían las abuelas, “el palo no está para cucharas”. También entendamos que el deseable paso de la democracia representativa a la participativa es un camino y no un salto.

Lamentablemente, el gobierno parece de espaldas a la realidad mundial y nacional.

Si al presidente Petro le importara más el país que su ego, barajaría de nuevo las cartas de su esquema de gobierno y buscaría una estrategia diferente para encauzar el cambio deseado y necesario

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