Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Es razonable preguntarse si los pasatiempos obscenos, la pedofilia, o la adicción a las drogas y al alcohol de las figuras públicas, ayudan a la libertad de expresión y a la democracia.
Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
La responsabilidad es el precio de la libertad. Elbert Hubbard
El asunto de la libertad ha sido debatido desde la antigüedad. Indagar cuál es su esencia, dónde y cuándo se origina, de qué depende, y cómo se ejecuta, ha generado distintos puntos de vista.
Mencionaré tres de ellos: el determinista, donde el ejercicio de la propia voluntad no cabe puesto que todo pensamiento, emoción y acción, es el efecto de una causa y, siendo la causa la que elige, las personas son una especie de marionetas manejadas por hilos visibles e invisibles del pasado y el presente.
El libertario que, por el contrario, defiende una posición política y legal donde decidir y actuar se hace de la forma que queramos y, al no estar determinadas por la ley de causa y efecto, las cosas pueden ocurrir de cualquier forma, no de una sola. Esta manera de pensar, habilita la posibilidad de que se hizo lo que no se debió hacer, o no se pudo haber hecho y, en casos extremos, niega que el carácter, las condiciones sociales o históricas, sean factores causales de pensamientos, emociones, conductas o acontecimientos. Por tanto, cualquier cosa es posible.
El tercero, sitúa la maldad, los placeres, y la promiscuidad dentro de la libertad. Se trata del libertinaje, del esclavo de la falta de control que, con su comportamiento abusivo, inmoral e irrespetuoso, se concede el derecho de expresar la propia voluntad sin tener en cuenta los derechos de los demás, las consecuencias de las palabras pronunciadas y las acciones ejecutadas. Al no elegir su conducta, la conducta lo elige a él y, así mismo, por no tener en cuenta las nociones de contexto, responsabilidad y ética del bien decir y el bien actuar, el libertino favorece el deterioro y la decadencia política y social.
Calígula fue un emperador populista libertino, irascible y delirante del siglo I del Imperio romano, que quiso nombrar cónsul y sacerdote a su caballo Incitato, nunca olvidaba un desprecio, y su escondite favorito era un club de placer de la época que a veces se usaba para juegos circenses privados.
Los libertinos de la literatura del Barroco (siglo 17) y de la Ilustración (siglo 18), valoraban los placeres físicos y los practicaban sin límite alguno. Un ejemplo es el Marqués de Sade que, por cierto, era un excelente escritor.
El magnate neoyorkino Jeffrey Epstein, libertino, pedófilo y traficante sexual con reputación de financiero exitoso, amigo de Bill Clinton, el príncipe Andrés de Inglaterra y Trump, terminó suicidándose en la cárcel en 2019. El desenfreno le costó la vida.
Es razonable preguntarse si los pasatiempos obscenos, la pedofilia, o la adicción a las drogas y al alcohol de las figuras públicas, ayudan a la libertad de expresión y a la democracia, o distraen la atención acerca de la ineficiencia en el ejercicio de sus funciones, de la desproporción con que utilizan los recursos, o de los delitos que cometen por no acatar los principios que rigen el bien común.