Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
“Que tus decisiones reflejen tus esperanzas, no tus temores”. Nelson Mandela
La narrativa tiene un poder cultural exorbitante. Así como beneficia a individuos y comunidades, países y continentes, también puede acarrear problemas. Más aún, cuando sobrevive durante largo tiempo, se siembra en nuestra manera de ser y de ver las cosas e, inevitablemente, cosechamos sus frutos.
Apelando a un relato bíblico, es el caso de Adán y Eva, narración mítica creada entre los siglos VI y V antes de Cristo que, instalada en la conciencia individual y colectiva, ha influido durante miles de años en la forma de pensar, decidir, actuar y reaccionar de infinidad de creyentes de las religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo.
Supongo que al ser los primeros humanos que se mostraron desnudos y desprevenidos, aparte de permanecer asombrados de sí mismos y de lo que los rodeaba -característica usual del Homo Sapiens-, la curiosidad los llevó a preguntarse para qué sirve la vida, el cielo y la tierra, en fin, el para qué y el porqué de todo lo que veían, olían, probaban y tocaban. Por otra parte, se diferenciaban de otras especies por la necesidad de inventarse historias, querer compartirlas, y conversar acerca de las preguntas que los inquietaban.
La historia de Adán y Eva narra como D’os los expulsa del Paraíso junto con toda su descendencia. Por un lado, debido a la curiosidad, estado vinculado al deseo de conocer y resolver interrogantes, y por el otro, a la desobediencia, acción de transgredir deliberadamente el mandamiento de D’os y no actuar de manera correcta, a pesar de la advertencia de no comer del árbol del “conocimiento del bien y del mal” para, de esta manera, darle continuidad a su Inocencia o estado de gracia.
A modo de hipótesis, a partir de ahí un descomunal y destructivo sentimiento de culpabilidad se apoderó de ellos y sin poder soportarlo, lo reprimieron en el incipiente inconsciente desde donde sin prisa, pero sin pausa, emergió en las siguientes generaciones manifestado en consecuencias difíciles de calcular: guerras, matarse entre hermanos, fundar ciudades sin ley ni orden, corrupción, plagas, enfermedades, avaricia, codicia, afán de poder y falta de solidaridad. Castigo que, por añadidura, ha dado lugar a infinidad de infortunios desde la incapacidad de amar, conductas y relaciones fallidas, reproches y auto reproches, obsesiones y vergüenzas, la supuesta malignidad de la mujer, mentir, envidiar, misóginos por doquier, obligarse a trabajar, enormes injusticias, hasta correr altos riesgos por pensar, investigar, y descubrir cosas nuevas.
En otras palabras, la curiosidad y la desobediencia produjeron la muerte espiritual del mundo llamada “La Caída”, donde “la tierra no les dará más que espinos y cardos” y, desde aquel momento fatídico hasta la actualidad, nos hemos llenado de todo tipo de penurias que no podemos reconocer y mucho menos entender.
¿Será posible inventar otra narrativa donde transformemos la Historia y, autorizados a curiosear, conocer y equivocarnos sin sentimientos de culpa, aprendamos por fin a “vivir sabroso”?