Cuenta la historia que alguna vez le preguntaron sus discípulos a Sócrates cuál era el verdadero líder. Sin vacilar, el maestro respondió: es aquel que da un paso al frente en tiempos de necesidad y que, una vez lograda su tarea, vuelve a la vida común sin una fortuna superior a aquella con la cual comenzó.
¿Cuántos dirigentes de nuestra clase política han vuelto a su vida cotidiana tan ligeros de equipaje como cuando comenzaron su periplo político? ¿Cuántos guardaron la pulcritud y actuaron con sentido del deber frente a la sociedad y no por engordar su patrimonio? ¿Cuántos se han sabido retirar a tiempo para auspiciar cambios generacionales que contribuyan a la llegada al poder de jóvenes innovadores y talentosos? ¿A cuántos la arrogancia y el deseo de inmortalidad —que destruyeron a grandes líderes— los están reduciendo a su mínima expresión de dirigentes políticos? ¿Cuántos de la clase política colombiana se resisten a retornar a la vida privada, creyendo que sus jefaturas son vitalicias? ¿Quiénes hay como verdaderos estadistas para recuperar la confianza en un país confundido?
Fruto de la carencia de liderazgos es el resultado expresado por una juventud, que según la organización Luminate, no confía en la política tradicional y menos en los partidos políticos. Sin estar bajo el toldo de la despolitización, tienen “una profunda desconfianza en instituciones como el Congreso, el poder judicial”. Poco creen en la eficacia y honradez de quienes hacen las leyes y de quienes velan por su aplicación. Consideran que un verdadero líder político, para que les despierte confianza, debe ser “transparente, honesto, ético, auténtico, innovador y que escuche a la juventud”.
¿Qué encuentra la juventud hoy en el ejercicio de la política? Malabaristas de un circo que pasan, a través de saltos mortales, de un trapecio partidista a otro. Tránsfugas que, sin ninguna coincidencia ideológica, crean improvisadamente empresas políticas temporales para elegir congresistas y tener capacidad de negociación parlamentaria para someter y chantajear al Ejecutivo. Fragmentos de un establecimiento político sólo atados por el cordón umbilical de odios y revanchismos, que forman el cortejo para abrirle calle de honor a un gobierno populista.
En encuesta realizada hace menos de un año por la Universidad del Rosario, cerca del 90 % de los encuestados manifestaba su intención de votar este año. Ojalá lo hagan como no lo hicieron en la elección de los concejos municipales de juventud, en donde solo el 10 % de los habilitados para votar concurrieron a las urnas. Pueda ser que los vaticinios de Luminate se vuelvan realidad para que la juventud le dé al país una fisonomía diferente a la que proponen no pocos jefes desgastados de los partidos tradicionales y populistas de todos los pelambres.
P. D.: Proverbio turco: Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey. El palacio se transforma en un circo...