Hasta hace unos pocos días esta campaña electoral no me producía mayor entusiasmo, como tampoco me la produjeron las cuatro anteriores.
Con un centro político suicidado, quedaron abiertas para mí cuatro alternativas: no votar, votar en blanco, votar por Rodolfo Hernández o votar por Petro. La primera, no votar, la descarté por civismo, votar es más una obligación que un derecho, con lo que de cuatro opciones iniciales quedaron tres.
Pensé seriamente las razones que podrían llevarme a votar por Petro y, francamente, no encontré ninguna. Alguien puede aducir que hay dos, las hijas de mi hermano Carlos que son congresistas por el Pacto Histórico. En mi casa y en mi caso, esas no son razones válidas: respeto sus ideas y que luchen por ellas, pero no las comparto, como se lo he manifestado a ambas en múltiples ocasiones.
Lo que sí encontré fueron muchas razones para no votar por Petro: una, lo conozco desde 1992, cuando participamos en una campaña de varias semanas por Cundinamarca. No pudimos hacer equipo, pues ni él me cayó bien, ni yo le caí bien. Me pareció un mal tipo y desde entonces sus acciones y comportamientos han reforzado esa mala impresión inicial; dos, lo sufrí, como vecino que fui de Bogotá, durante su muy mala alcaldía entre 2012 y 2016; tres, leí su autobiografía escrita en tono de “yo mayor”, donde acomoda los hechos para ser siempre el protagonista. Después de leerla me convencí de que si algún día llega a la presidencia de este país, va a ser difícil bajarlo de la misma, pues tiene los rasgos típicos de un autócrata, como los tenía Chávez y los tienen Maduro y Putin; cuatro, su afán de ganar lo ha llevado a aliarse con personas que, a los ojos de la mayoría de los colombianos, representan lo peor de nuestra clase política; quinto, su programa es un cúmulo de promesas donde garantiza que, de ser elegido, su gobierno proveerá lo divino y lo humano, creando nuevos ministerios y burocracia con recursos que nunca deja claro de dónde saldrán.
Descartado votar por Petro las alternativas se reducen a dos: votar en blanco, una posibilidad si el otro candidato, Rodolfo Hernández, no llena las expectativas; o votar por él, en el evento de que sí lo haga.
¿Dónde estoy? Reconozco que hasta el domingo 29 de mayo Rodolfo Hernández me parecía un personaje folclórico, del que solo sabía que había sido alcalde de Bucaramanga y que, siéndolo, había cacheteado a un concejal en su oficina. A partir de esos dos datos lo descarté como una opción electoral válida y me dispuse a buscar las razones para no votar por él y confirmar mi voto en blanco. ¿Cómo votar por un contemporáneo mío de quien aseguran que es misógino, admirador de Hitler, que agarra a golpes a sus contradictores y que, además, está siendo investigado por corrupción?
El primer hallazgo fue un comparativo de cómo salieron Petro y Hernández de sus respectivas alcaldías: el primero, con un rechazo cercano al 70 %, mientras el segundo, con una aprobación superior al 80 %.
El segundo hallazgo fue el testimonio de una mujer, amiga de un amigo, que trabajó con Hernández en un cargo en el área cultural. Ella dejó claras tres cosas: durante la alcaldía, Hernández se rodeó de mujeres; dos, es una persona que escucha a su equipo, oye sugerencias y cambia de parecer si lo convencen; tres, es un hombre de principios.
El tercero consistió en la respuesta que recibió un amigo de su familia en Bucaramanga, que resumo así: redujo a cero el déficit fiscal de 230 mil millones que encontró al comienzo de su mandato; disminuyó en 15 mil millones el nivel de endeudamiento de la ciudad; invirtió más de 20.000 millones en cultura; dejó funcionando 24 centros de salud que cubren la ciudad, incluyendo los sectores de mayor pobreza.
Sobre la investigación por corrupción en un contrato que no está claro que haya llegado a celebrarse, tengo claro que es apenas una investigación que aún no ha sido fallada y, por lo tanto, persiste la presunción de inocencia, así algún columnista insista en condenarlo en esta etapa del proceso.
Es, sin duda, un hombre de carácter, lo que es una fortaleza si quiere enfrentar a los politiqueros y a los corruptos, pero no es un seguidor de Hitler ni de la doctrina nazi. Lo que, sin duda, va a tener que mejorar son su memoria y sus citas, pues de Einstein a Hitler hay años luz de diferencia.
La votación de la primera vuelta dejó una conclusión evidente: los colombianos queremos un cambio, pues estamos hartos de tener un paisito cuando podemos y debemos tener una gran nación. Lo que vamos a resolver el 19 de junio es qué tipo de cambio queremos: un cambio aparente y retrógrado que impongan desde arriba, con un Estado controlador, autoritario y fuerte, que mantenga todos los mecanismos para que subsista la corrupción como ocurre en Venezuela o en Nicaragua; o un cambio que se construye desde abajo, con el trabajo de todos los colombianos, eliminando los privilegios de la casta política e invirtiendo los presupuestos en acabar con la pobreza y en dotar de oportunidades de educación, salud y trabajo a todos los colombianos. Este segundo cambio es más real, profundo y radical, pero también mucho más difícil de conseguir, pues implica que todos nos involucremos.
En resumen, voy a votar por Rodolfo Hernández no porque sea más fácil, sino porque es más difícil realizar los cambios que propone dentro de un régimen democrático, que respeta a las personas y sus derechos, pero que paralelamente impone obligaciones a todos los ciudadanos. Con Petro el Estado nos va a “salvar”, con Rodolfo nos salvamos con nuestro trabajo y poniendo el Estado a nuestro servicio