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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

El tiempo y sus ciclos embrujados

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Aquí vemos al primer hombre que abandonó su flecha y cavó un hueco para meter en él una semilla. Lo hizo luego de desfallecientes partidas de caza y recolección de frutas en los árboles. Encontró que podía asentarse, ya que la tierra se deja amansar. Supo que hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar.

Miró al cielo desde donde parecen ordenarse estos ciclos. Los astros inescrutables, comenzando por sol y luna, llevan la batuta del cultivo del agro. Entonces prefirió cuidar de sus siembras, en vez de extenuarse detrás de las presas. Esta foto es del Neolítico, hace diez mil años.

Contando con los dedos, inventó palabras: equinoccio, solsticio, plenilunio, día, mes, año. Cada trigo, cada papa, cada mazorca, exige una disciplina, un rígido compás de atenciones. Su nueva vida se organizó en medidas que porcionan el tiempo, ese circuito más insobornable que la piedra.

Sobre estas nuevas coordenadas estableció personajes fantásticos que le ayudaron a no romperse la cabeza ante los estropicios del cielo. De allá arriba viene el comando de su acá abajo. En adelante, su alimento depende de su habilidad para subyugar la tierra de su cuerpo y pacificar el cielo de su conciencia. Entonces nacieron las religiones.

Cada civilización creó a sus creadores. Enlazó las fechas de nacimiento y hazañas de estos con los momentos culminantes de siembras y cosechas, y con las evoluciones de las infalibles luminarias nocturnas. El agricultor novato procuró halagar a aquellas inmensidades personalizadas, instituyendo fechas precisas para conmemorar sus grandezas.

Poco después comenzó a datarse la historia de los hombres. Continentes, civilizaciones, pueblos, veneraron similares días para estar especialmente felices o pensativos. Fueron las fiestas con sus comidas, tragos, trajes, ritos, reuniones y cánticos. El planeta se puso de acuerdo en la contabilidad de los principales tajos del tiempo.

Luego de milenios, los individuos no escapan del embrujo consagrado a esos lapsos detenidos y a sus respectivas deidades que todo lo arbitran. Las creencias han cambiado, las divinidades se han ido recluyendo en sus estatuas de palo. Sin embargo, la energía antigua, otorgada a estos segmentos segregados de la cotidianidad, bulle en el pecho nocturno de la humanidad escrupulosa 

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