Hace cincuenta años, el 15 de agosto de 1971, comenzó a desaparecer el sistema monetario internacional que había emergido en 1944 de los acuerdos de Bretton Woods. Ese día, el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, puso fin a la convertibilidad en oro del dólar y con ello, unilateralmente, afectó a las economías que hacían parte del sistema.
Al desanclarse el dólar del oro, el andamiaje del sistema quedaba suelto, porque las monedas estaban fijadas al dólar en un régimen de tasas fijas supervisado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Un instrumento prestado del patrón oro, que se había abandonado por la crisis de 1929. En Bretton Woods, sin embargo, las monedas, como entonces el peso, no se ataban directamente al oro, sino al dólar. A su turno, Estados Unidos se comprometía a proveer el oro, si se demandaba, a cambio de los dólares acumulados en los bancos centrales extranjeros al precio oficial de 35 dólares por onza. De esa forma, todas las monedas atadas al dólar tenían un valor fijo en oro.
Como recuerda el Blog del FMI, en Bretton Woods se pensaba que la Gran Depresión se había agravado, sino causado, por las devaluaciones por la competitividad, las restricciones cambiarias y las barreras al comercio. El sistema de tasas fijas buscaba la estabilidad de las economías y funcionó razonablemente bien al comienzo. Con el tiempo, en lugar de estabilidad, empezó a crear rigideces para economías que debían sostener tasas de cambio artificialmente altas.
La destrucción definitiva de Bretton Woods llegó cuando no pudo sostenerse el ancla del dólar al oro. En Estados Unidos la situación había llegado a un límite con el primer déficit comercial desde 1893 y una crisis de balanza de pagos debida a unas políticas monetarias y fiscales laxas para financiar la guerra de Vietnam. La inflación erosionaba el poder de compra, acompañada de un alto desempleo. Existía el temor de que no se podría cubrir un retiro de oro hecho por otros gobiernos ante la debilidad del dólar.
Nixon no quería llegar a las tasas flexibles, buscó un sistema de tasas fijas con nuevas paridades entre las monedas, principalmente con un dólar devaluado y otras monedas fuertes. En diciembre de 1971, el grupo de los diez (Comunidad Económica Europea, Suecia, Estados Unidos, Canadá y Japón) intentó reparar el sistema de tasas fijas por medio del acuerdo del Instituto Smithsoniano, donde se pactó un margen de fluctuación entre las divisas de 1 % a 2,25 % alrededor del dólar, el cual, a su vez, no era convertible en oro. Finalmente, el 19 de marzo de 1973, el grupo de los diez abandonó las tasas de cambio fijas con el dólar. Los acuerdos de Jamaica de comienzos de 1976 formalizaron esa situación: la flotación de las monedas se institucionalizó.
La idea en ese nuevo mundo de la flotación, el régimen dominante hasta el día de hoy, era que la estabilidad del sistema global dependía menos de las tasas de cambio individuales y más de las políticas domésticas prudentes dirigidas hacia a un crecimiento ordenado y una baja inflación. Las tasas de cambio son endógenas. Cincuenta años después es posible, según el FMI, una transformación digital del sistema monetario internacional, una ruptura comparable al final del sistema monetario de Bretton Woods