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El regalo

El niño pagó el precio más alto que cualquiera puede pagar por alguien que ama. Entregó todo lo que tenía, sin guardarse nada. Usted es la de él y es exactamente lo que hace usted como papá.

14 de diciembre de 2024
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  • El regalo

Por Lewis Acuña - @LewisAcunaA

El niño vio como su papá renunció muchas veces frente a aquella vitrina que con disciplina se detenía a contemplar en cada visita al centro comercial. Conocía bien la inevitable rutina. Entrada tres, segundo pasillo a la derecha, escalera eléctrica, de nuevo hacia la derecha. Pasar los locales de ropa infantil donde ya no tenían de su talla “una lástima porque te duraba muchísimo” le escuchaba decir, el de Televentas, seguido por el de ropa para mujer –al que nunca había entrado–, el de los mejores zapatos de cuero “como los de antes” y, justo frente al kiosko de humificadores que inundaba el ambiente, el punto inevitable pero temporal de destino.

Casi un ritual. Siempre lo llevaba de la mano, pero al detenerse allí, frente a esa vitrina, le pasaba su brazo por la espalda y ponía la que le parecía una mano grande y poderosa en su pequeño hombro. La derecha, para ser exactos. La misma que, como una especie de mensaje de consuelo o apoyo, acariciaba el niño con su manita. Ya sabía lo que le diría y tras un suspiro, continuarían con los pocos pasos hasta la plazoleta de comidas. Allí agradecerían por los alimentos, por tener lo suficiente para pagarlos, pero sobre todo, por permitirles estar juntos disfrutándolos.

El niño, ya con la edad para ir solo al baño, usa esa excusa para esquivar la siempre atenta y dedicada mirada de su papá. Entra agitado a la joyería con paso firme. El ímpetu junto a la determinación en la expresión de su rostro y su voz, resuenan en el vendedor que lo atiende sin tardanza. “Deme ese reloj, por favor ¿Puede empacarlo en bolsa de regalo?”. El vendedor, incrédulo, le pregunta si paga con débito o crédito. “En efectivo”, le responde, poniendo en el mostrador un fajo de billetes con los pliegues y las arrugas que dejan el largo tiempo en una alcancía. El vendedor mira con incredulidad. No alcanza ni para la bolsa de regalo premium de la marca.

El dueño de la joyería, observaba. Se acerca despacio. Hay algo en ese rostro que reconoce. Lo escucha decir que ese reloj es el de los sueños de su papá. “Nunca se lo va a comprar porque repite que hay prioridades y la de él soy yo”. Sin decir una palabra, el mismo dueño lo empaca. “Llévalo con cuidado” le dice.

No pasa mucho tiempo. Entra el padre con el niño de la mano y el paquete en la otra. “Vengo a devolverlo. No sé cómo lo compro, pero hay prioridades”. El dueño le responde: “El niño pagó el precio más alto que cualquiera puede pagar por alguien que ama. Entregó todo lo que tenía, sin guardarse nada. Usted es la de él y es exactamente lo que hace usted como papá. No hay otra mano en la que pueda estar mejor que esa que le he visto tantas veces ponerle en el hombro y que él acaricia soñando con que lo tenga. Lo sé, porque lo he visto muchas veces en sus ojos frente a mi vitrina”.

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