Tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, el expresidente Darío Echandía pronunció una frase que hizo historia: “¿El poder para qué?”.
Dicen que la frase estuvo marcada por la desazón y que obedecía a una reflexión sobre el caos que vivía en ese momento nuestro país, sometido por una profunda falta de esperanza derivada de la imposición de intereses partidistas, los mismos que desviaron cualquier consideración frente al interés general de la sociedad. De ahí que Echandía dijera ¿el poder para qué?
¿El poder para qué? Supondríamos simpleza en la respuesta. Por ejemplo, decir que el poder es para servir a los ciudadanos en el marco de la democracia y el progreso social. Un medio común que obedece al interés general. Pero todo cambia cuando el poder se usa para sacar lo mezquino. Ahí es cuando el poder da un salto a otra orilla donde la representatividad democrática se convierte en un ejercicio de vanidad que raya en lo grotesco.
Volvamos al presente. La forma en la que se ha puesto en jaque la institucionalidad y la confianza ciudadana en Medellín trae a colación la frase de Echandía. En esta ciudad muchos se preguntan ¿el poder para qué? Claro, son muchos los días amaneciendo con sorpresas y desconciertos. Eso, en medio de una sociedad tan polarizada como la nuestra, influenciada por populismos y cantos de sirenas, no es buen augurio y esa sensación de que el “para qué” está puesto al servicio de unos pocos que juegan con sus derechos, enrarece y asusta de cara al futuro.
El filósofo coreano Byung-Chul Han habla de la falta de "horizonte de sentido”. Se refiere, sin más ni menos, a las carencias tan bravas que tienen en el manejo del poder quienes se guían por el interés particular, lo cual deriva en actuaciones desesperadas y nulas de sentido común. Sir Winston Churchill decía que el poder es el mayor de los afrodisiacos y que por ese placer que genera hay quienes están dispuestos a todo para atornillarse en el dominio de una sociedad. No hay que profundizar mucho para entender a personajes de hoy que actúan así, quienes fácilmente están dominados por la mala voluntad envueltas en el efecto poder. Upps, cualquier parecido con nuestra realidad local sería pura coincidencia.
La pregunta de fondo, entonces, es ¿para dónde va todo esto? Tristemente, los mecanismos democráticos que los ciudadanos tenemos para corregir el caminado son complejos y engorrosos. Incluso, temo que no sean efectivos. Lo que sí está claro es que se pasó la línea de toda consideración ética y moral, dejando a muchos ciudadanos incómodos, decepcionados, ofendidos y preocupados por la sordidez y truculencia que hay detrás de las actuaciones de ciertos personajes a los que hoy les preguntan: ¿el poder para qué?