Hace quince días la revista Science presentó un dibujo de un bebé dinosaurio al que le faltaron cuatro días para nacer. El realismo del trazo es escalofriante. Desde el huevo intacto, uno de los ojos entreabiertos lo mira a uno con alguna noticia de hace 66 millones de años.
El fósil estaba amontonado junto a otros hallazgos, en un depósito olvidado por los científicos. Pero algunos de ellos intuyeron algo interesante dentro de ese huevo cubierto por piedra. Rasparon el caparazón, aplicaron rayos equis y apareció el embrión de reptil extinguido mejor conservado de la historia. Con base en esta evidencia comprobable, esbozaron el contenido del encierro.
Tal vez este pequeño se salvó del meteoro que aniquiló a su familia colosal, gracias a quedar sepultado bajo tierra. Allí aguardó, protegido de depredadores, se volvió huesos y fósil en su huevo de 17 centímetros de largo, durmió un infinito. Su patria es China, donde también se inventaron los dinosaurios.
Se agazapó hasta hoy, con su mensaje de ave emplumada similar a los pájaros modernos. Trajo el rastro de un mundo que pereció bajo catástrofe natural. Esperó a otra época en que el planeta estuviera en vísperas de una convulsión como la que le impidió romper su cáscara con el pico.
No le fue dado ser el último en ver la polvareda que se llevó a las bestias nunca más vistas en este planeta. Tampoco escuchó el fogonazo mortal. Se abandonó a su noche hecha de nada. Conservó su breve identidad pétrea, con la esperanza bestial de que un día alguien en el universo descifrara su información encriptada.
Los sabios de la Universidad de Birmingham, que originaron esta historia, hicieron lo que pudieron. Sospecharon, limaron, radiografiaron, ilustraron, escribieron su hallazgo. Su erudición, no obstante, es incapaz de interpretar la luz afligida proveniente del ojo representado del único dinosaurio bebé que llegó completo hasta nuestros días.
Esta tarea le corresponde a la imaginación, fábrica de imágenes presente en cada ser humano atento a la realidad. Los datos duros de los laboratorios paleontológicos están ahí para cruzarlos con las observaciones aladas sobre el estado actual de las cosas y de las conciencias. El ojo del dino es un horizonte abierto a cuando la historia era una cría y las tinieblas apenas se separaban de la claridad