En el mundo ideal de la política democrática se consideraba que las elecciones eran el método más adecuado para seleccionar a los que son mejores que los ciudadanos comunes y, como lo documenta de manera amplia Bernard Manin, también son y eran vistas como una forma de reconocer una aristocracia natural del talento, de la razón o de lo que sea que los votantes ven como indicador de la capacidad de gobernar. Esto se acabó antes de que irrumpiera el populismo en muchos países del mundo debido entre otras cosas a los problemas y al desgaste político de las democracias liberales. Pero el populismo minó, lenta pero progresivamente, la idea de que se debe gobernar en el marco de la constitución, respetando los partidos de la oposición y los derechos y libertades de los ciudadanos.
Esto lo hicieron ejemplarmente Trump, Bolsonaro, Modi en India, Heider en Austria, Orban en Hungría, y en América Latina, Álvaro Uribe, Ortega y Chávez. Algunas de las más sobresalientes características de estas nuevas formas de hacer política y de ejercer el gobierno son: abandono de la responsabilidad política, débil compromiso con las reglas democráticas, negación de legitimidad a los oponentes, promoción de la violencia, fomento del odio a los inmigrantes y a los partidos opuestos, desarrollo de campañas contra la prensa tradicional, difusión de noticias falsas y creación de una prensa al servicio del odio.
Es importante destacar otra: el surgimiento del líder populista, que encarna en su sola persona la voz del pueblo. En América Latina el más influyente fue Perón, pero Uribe con su “estado de opinión” y Chávez hicieron un gran aporte al proceso de consolidar gobiernos autoritarios, como claramente es el de Iván Duque que ha puesto bajo su dominio a la Fiscalía, la Procuraduría, la Controlaría, la Registraduría y el Consejo Nacional Electoral. Además, ha contribuido con pasión patriótica a hacer trizas el proceso de paz. Y para rematar con la modificación de la Ley de Garantías, ha ajustado las condiciones normativas para usar los dineros públicos en la compra de votos en las próximas elecciones.
La pregunta que debemos hacernos es cómo, porqué y de dónde salió este nuevo tipo de funcionarios y políticos que como el fiscal Barbosa interviene judicialmente en la política; como la MinTic Abudinen que desconoció la diligencia debida y la responsabilidad que tenía como ministra; como la senadora Cabal que usa su vulgaridad y chabacanería para atizar la violencia; como Alexander Vega que ante el reclamo por falta de garantías respondió furioso: “El que no sienta que hay garantías o crea que le harán fraude no debería presentarse”; como la presidenta de la Cámara Jennifer Arias, que está como Maquiavelo, al servicio del príncipe. Y Daniel Quintero que es el prototipo del nuevo narciso, que no le interesa la representación social sino la representación selfie. Puede decirse, escribe Weber, que son tres las cualidades que debe tener el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. De esta lista, ninguno las tiene