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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

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El hombre, cernícalo para el hombre

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Comemos y escupimos sapos, tenemos espadas en lugar de lenguas, la guerra se coló en las médulas. Así estamos en estos días de casi pospandemia y de lamentables preelecciones. El país y el primer mundo —comandado por Trump— son víctimas de una aspersión indiscriminada de ácido sulfúrico.

Cada ciudadano está alerta de la metida de pata de cada otro ciudadano, para caerle encima. No vale la extensa hoja de vida y milagros que atesore el prójimo, al primer desliz es condenado al ostracismo. No sin antes recibir los calificativos extremos que haya deparado la historia universal de la infamia.

El cernícalo es el ave de rapiña más temida, por la certera herida de sus garras y pico. Como todo depredador, antes espía a su presa, quieto, callado, para tener a su favor la sorpresa, que paraliza. Ya el hombre no es lobo para el hombre, ahora es cernícalo para los demás hombres.

Los humanos agregamos la inteligencia: atacamos en gavilla. Las sociedades han sido divididas en facciones, de acuerdo con dos o tres modos de pensar irreconciliables. Cada bando se apertrecha de pensamientos férreos y modos exactos de agredir. Así, la reacción instantánea cunde como fuego pirotécnico, a nadie se le perdona desviarse de la línea correcta.

Quien se aparta un milímetro del catecismo es defenestrado. El primero que sube un mensaje al wasap o a las redes prende la mecha y los demás asienten, blanden los puñales. Es la misma figura de los senadores romanos cosiendo a Julio César, en lluvia de sangría de la cual solo una herida era mortal. Las demás fueron la confirmación agrupada de una conspiración.

Esta acritud de pensamiento y obra conduce a la ruptura de todo vínculo. Amistades de infancia borran el recuerdo de la inocencia. Compañerismos de toda la vida se truecan en silencios, más adelante en palabras afiladas, y terminan en sentencias irreparables.

La guerra pasó de los campos a las urbes y de estas a las mentes. Igual que otra pandemia. A toda velocidad los mil canales de difusión rugen, pues no hay noticia más vendible que el escándalo. La atmósfera se repleta de improperios y las venas se envenenan de severidad. Al silencio del virus se une la desmembración de la guerra.

Los que medran con el miedo brindan por más éxitos. Los temblorosos se matan entre sí, creyendo que comiendo prójimo la vida será una sinfonía 

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