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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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El desorden de los libros

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

No sé si ustedes han empleado la expresión: aguantarse las ganas de libro. Yo sí, varias veces. Lo que eso significa es que te llega un libro, o lo compras, y por más interesante que te parezca, por más que lo quieras leer, te aguantas las ganas para leerlo en un momento adecuado, especial. A veces con los libros no se trata de empezar a devorarlo así no más, mordisco va, mordisco viene, no, uno le hace ganitas, lo lleva de paseo, lo contempla (tan bonita esa expresión), hasta que llega el momento, el goce, y todo está dispuesto para empezar.

Eso me pasó con un libro pequeño y delicioso —como una trufa con café recién molido en la madrugada— que me dieron el año pasado; se llama El desorden de los libros de Massimo Gatta. Al librito le llevaba ganas desde hacía rato, pero me aguanté, hasta que ya no pude más, y lo leí esta semana.

En realidad, es un trabajo muy juicioso sobre el universo de los libros y las bibliotecas, la bibliografía es casi la mitad del texto. Como he dicho muchas veces en este espacio, cuando uno se enamora de los libros quiere leer más sobre ellos, sobre las manías y los tesoros de otros. Y Gatta lo que hace es hablar sobre el orden o el desorden, porque ¿qué es el orden cuando hablamos de nuestras propias bibliotecas? Cuando se vive con y para los libros, el desorden puede ser la perfección, leo.

Es claro, como dice Roberto Calasso, que cada estante de una biblioteca es también geografía: “la autobiografía de aquel que posee los libros [...]. Todo hombre es también su biblioteca, es decir, sus lecturas [...], de ahí que enseñar la propia biblioteca sea como dejar pasar a un extraño en la esfera más íntima de uno; por algo Ralph Waldo Emerson afirmaba que ‘la biblioteca de un hombre es una especie de harén’: los libros son volubles, y no todas las pasiones pueden desvelarse”.

Una biblioteca es una “confesión involuntaria” y también, a veces, es un Triángulo de las Bermudas; por eso, hasta el mismo dueño se sorprende muchas veces cuando vuelve a ver un libro y despeja el “horror vacui”. En todos nosotros impera ese miedo a perder, y no volver a encontrar nunca, los libros propios o ajenos. Porque es claro que los libros se pueden perder ellos solos, espontáneamente, dentro de casa.

Para Umberto Eco, el hombre que tenía una biblioteca-casa, donde no había leído todo lo que tenía, sus libros eran un recordatorio constante de todo lo que no sabía, su biblioteca le instaba a mantener la curiosidad por el mundo que lo rodeaba. Eso es muy bello, la inquietud constante. Mejor dicho, valió la pena hacerle ganitas a este libro precioso  

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