Por Carlos Alberto Giraldo M.
Acosar: perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona.// Perseguir, apremiar, importunar a alguien con molestias o requerimientos (RAE). El alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, está acosando a los ciudadanos. La última de sus hostilidades, perdida en ciertas conductas prohibicionistas de las que está contagiado, es anunciar que “todos los fines de semana, y hasta que termine la pandemia, tendremos ley seca y durante los puentes festivos toques de queda nocturnos”. Vaya reyezuelo.
En algunos jefes locales de gobierno del país, con la disculpa de la pandemia, brotan estas actitudes autoritarias que cruzan sin precaución al terreno de la vulneración de derechos constitucionales.
Que quede claro: hay que continuar con estrictos controles de bioseguridad. No se deben admitir esos “pachangueos” desbordados estilo Soledad (Atlántico). Hay que cumplir el pico y cédula. Usar juiciosamente el tapabocas en el espacio público, y mucho más en lugares de aglomeración de ciudadanos. Hay que lavarse las manos y respetar la distancia social. No pensar que se superó una crisis sanitaria, sin que haya vacuna ni medicamentos.
Todas las anteriores, pero no las posteriores de un alcalde que me recuerda a mi abuelo Diógenes, querido varón que se declaraba liberal pero era más godo que Mariano Ospina Pérez: si alguna de mis tías, en sus mocedades, faltaba a sus reglas, pagaban todas. Así le pasa a Quinterito, promesa encarnada de las libertades y la modernidad política, quien advierte sobresaltado que como debieron intervenir 1.877 fiestas el pasado puente festivo, entonces tres millones de medellinenses tenemos que soportar sus devaneos de “gran líder”. ¡Joder! Vaya a que lo peinen, diría una amiga estilista.
Quintero recuerda cada vez más a Antanas Mockus, cuando fue alcalde de Bogotá, con su “hora zanahoria”: toda una ciudad de 8 millones de habitantes a dormir, porque era su costumbre llevar el trasero atrofiado a la cama antes de las 12, como Cenicienta (no disfrutaba del baile ni de un ron en una butaca a la 1 a.m.). Estos tiempos son más duros y excepcionales, por supuesto. No se discute.
Pero es la idea que gravita en algunos gobernantes de que los ciudadanos se les tienen que parecer a sus bondades y a sus taras. Eso no existe. Esto es una democracia, un Estado Social de Derecho -y de derechos-, no se le olvide, alcalde. Gobierne para todos y sea capaz de reprender a los indisciplinados, de ser “selectivamente eficaz”. Pero no venda o incendie el sofá, cuando lo usen “los pecaminosos”.
No siga camino de convertirse en una caricatura de liberal que importuna al conjunto de los ciudadanos, que los fastidia, cuando algunos se salen de control o no son fiel copia de sus quereres y sus haceres. No nos abra cuentas falsas, a todos, para justificar sus acosos.