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El juicio emana de la ideología, de la creencia, del prisma por el que se percibe la vida. Y el del señor presidente, a juzgar por sus trinos, parece además banal, superficial y cliché.
Por David Yanovich - opinion@elcolombiano.com.co
Genocidio. Eso fue lo que Hamas hizo en Israel. Una organización radical que no representa al pueblo palestino, que gobierna a Gaza como una dictadura. El señor presidente Petro, que tanto ha hablado de otros genocidios de manera abierta y pública, no ha sido capaz de rechazar uno evidente, sangriento como pocos y con la destilación de un odio pocas veces visto en la historia reciente de la humanidad. Y de paso lo vuelve la posición oficial del gobierno, dejando a Colombia en situación vergonzosa frente a la comunidad internacional y, peor aún, frente a los propios colombianos, que estoy bastante seguro de que rechazan mayoritariamente estos actos de barbarie y crueldad inimaginables. A este país también le ha tocado en carne propia.
No hay compasión, solo juicio. La compasión emana de lo que nos hace más humanos, la empatía y el amor. El juicio, en cambio, emana de la ideología, de la creencia, del prisma por el que se percibe la vida. Y el del señor presidente, a juzgar por sus trinos, parece además banal, superficial y cliché. El lugar común en su mejor y más lamentable expresión. Ofensivo para todos. Porque confunde a un movimiento radical como Hamas con el pueblo palestino. Porque ofende a un pueblo que ha tenido que cargar sobre sus hombros el permanente exilio, la expulsión histórica, los estigmas, el horror inimaginable de un Holocausto - EL Holocausto, con mayúscula -. La profundidad de los efectos de EL Holocausto sobre el pueblo judío no se puede explicar. Es algo que se vive y se siente, con lo que se carga en lo más profundo del ser. Causa un enorme dolor comparar a Auschwitz con Gaza, o a los Nazis con los israelíes.
La historia del conflicto entre Palestina e Israel es muy larga y extremadamente compleja. Y de manera lamentable ha estado atravesada por errores crasos de política de lado y lado. Un conflicto manejado por gobiernos que no han podido salir de un círculo infernal de violencia, contra violencia, y contra contra violencia. Un capítulo abre el otro; una tragedia interminable. El odio irredento de Hamas hacia el pueblo judío y su misión fundacional de acabar con el Estado de Israel. El ascenso de un sector de ultraderecha, minorista y radicalizado, que ha ganado un espacio de poder importante en la política israelí, obsesionado con la ocupación y expansión territorial, con el aislamiento del pueblo palestino. Dos mundos políticos con visiones cada vez más opuestas, con líderes radicalizados que no escuchan. Los gobiernos no han estado a la altura de las circunstancias.
Sin embargo, hay que decirlo claro y sin ambages: nada de esto justifica el genocidio al que se vio sometido Israel por parte de Hamas. Las imágenes de matanzas indiscriminadas; 260 jóvenes asesinados a sangre fría en un festival musical, que estaban celebrando la vida; niñas y bebés de brazos masacrados, decapitados o secuestrados, separados de sus familias. Es la muestra de la barbarie humana. Es imposible de aguantar, de soportar, de justificar. Es una tragedia de la humanidad entera. Independientemente de qué piense uno sobre la forma como Israel debe responder a esta matanza, no es de extrañarse que vaya a ser enorme y devastadora.
Y en la mitad, dos pueblos, el palestino y el judío, que sufren los avatares de una guerra sin sentido. Niños, niñas, hombres, mujeres, ancianos y jóvenes que lo único que quieren es mirar hacia el futuro con la tranquilidad de que pueden florecer y vivir dignamente, en fraternidad y en paz.