Diciembre, último mes del año, no se parece a ningún otro mes. Su estilo es su lenguaje. Lenguaje de elocuencia soberana.
Sin saber cómo, todo se pone de acuerdo para hablar de lo mismo, de lo sublime, de lo inefable, presente en cada gesto y cada cosa, como si todo estuviera en trance de nacer.
En diciembre, los ojos ven lo invisible, los oídos escuchan lo inaudito, la nariz percibe un olor que nunca ha expandido el aire, la boca habla un lenguaje desconocido que todo el mundo entiende sin saber por qué, las manos hacen caricias de ternura infinita, y los pies recorren los caminos del alma, esa realidad impalpable que sostiene y sustenta cada poro del cuerpo. Todos se sienten participando en el primer día de la creación.
En diciembre festejamos...