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Desempleo, 20%: días de Heraldos Negros

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

En el Parque de Envigado, un voceador busca vender los ejemplares del periódico con todos los recursos verbales posibles. En los restaurantes, con sus cocinas encogidas, los cocineros trabajan con la fe de que habrá un día promisorio de domicilios. El vendedor de dulces franquea la seguridad en las escalas del supermercado para entregar una menta de 200 pesos. Los saltimbanqui del semáforo intentan su mejor desempeño, para conseguir que alguna moneda sea arrojada a la bolsa.

Hay una ciudad, un país, un planeta desesperados ante el peor estrechamiento de sus economías en el último siglo. Hay ruina, hay hambre, hay desasosiego. Una incertidumbre que martilla las vidas cada mañana. Y cada noche.

Ahora, muchos más se persignan, pensando en milagros, en que brote la idea, la solución, el trabajo, el sustento. Un estado de agonía que se mete por debajo de las puertas y las cobijas. Que roe los sueños, que deshace conquistas.

Duele ver esta cadena de desastres y pérdidas amarrada de cuellos y manos.

Hace tres meses algunos se reían del pánico. Les hacían ojitos chinos de incredulidad a las cifras de expansión de este bicho que nos taladra los bolsillos y los corazones.

El viernes, el Dane confirmó lo que ya sabíamos, lo que se advertía en los rostros de desconsuelo de tantos miles de colombianos: en abril, el desempleo alcanzó el 19,8 por ciento. Comparado con 2019, creció 9,5 %. Eso significa 1,6 millones de compatriotas más sin trabajo, en un horizonte sombrío.

Reversazo histórico, como una patada para un Estado y una ciudadanía que con lentitud de tortuga conseguían llenar algo de las brechas entre abajo y arriba. Hoy, aquella clase media que había logrado ancharse en medio de trabas y escepticismos, contra toda corrupción y desgobierno, se deshace de nuevo en las manos de esta pandemia.

En silencio, hay llanto. Congoja. Pesimismo. Reclamos al sistema y a nosotros mismos. Al destino, a esta desgracia que más parece un castigo divino, un latigazo desde los cielos a la indiferencia y la insolidaridad. Una bofetada de alguna deidad enfurecida con la mezquindad humana.

Viene a la memoria el duelo en el verso del poeta Vallejo: “Son las caídas hondas de los Cristos del alma/ de alguna fe adorable que el Destino blasfema./ Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema./ Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido/ se empoza, como charco de culpa, en la mirada”. Días dolorosos de Heraldos Negros.

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