Querida Ilse, salud, suerte, longevidad. Yo, Caissa, y Santa Teresa, mi colega patrona del ajedrez, te felicitamos por tus primeros ochenta años de vida, que iniciaste en Manizales, donde residían tus padres alemanes.
Como musa griega del ajedrez, celebro que en los años sesenta hubieras roto el machismo reinante en ese juego.
Te tocó pelar cocos con la uña. El varón domado asumió que nosotras las féminas carecíamos de neuronas para el ajedrez. ¡Despistaditos muy!
Hasta tu padre, Antonio Guggenberger, bávaro de Múnich, maestro cervecero, creía que el ajedrez no rimaba con nuestra fragilidad. Cuando lo derrotaste, jamás volvió a jugar contigo.
Menos mal te enseñó las vocales del juego. Tu madre, doña Irma Frobenius, hizo lo suyo y te animó a darle rienda suelta a tus virtudes frente al tablero.
La vida de tus taitas es una completa novela de amor en la que todos los datos son verdaderos: Un pajarito de los que te visitan me contó que en plena guerra mundial tu padre llegó a Colombia. Su novia se le uniría después de un recorrido de ¡tres! meses por medio mundo.
En los años sesenta, conseguiste coach ajedrecístico, para decirlo en la jerga moderna. Me refiero al maestro Emilio Caro, con quien primero enrocaste corto y te casaste el 1.º de abril de 1966, día de tu cumpleaños. Pasados los años, jugaste un insólito gambito de dama y te separaste. Tu hoja de vida aclara que tu “mártirmonio” fue anulado.
Felizmente, se las apañaron para amasar antes a Gunther Emilio y Ana Isabel, una pilosa de la que se puede disfrutar y aprender en su canal de YouTube Revelaciones de la naturaleza.
En inglés, alemán y español puedes dar ruidoso parte de misión cumplida con tus hijos y tus nietos Miguel Ángel, Juan Andrés y Laura, quienes te llaman “abuela extrema”.
Tienen razón porque te has fajado como ama de casa, abuela felizmente irresponsable, traductora del alemán, profesora, caminante extrema, aventurera, perfeccionista a morir, maestra de vida, lectora, fotógrafa, autodidacta, parapentista, gatófila empedernida.
Tus hijos crecieron viéndote andar de la ceca a la meca disputando torneos y recorriendo montañas para disfrutar de tu amor por la naturaleza. Levitas viendo un pájaro, un arroyo, una planta, un arcoiris. A través de tus redes das los buenos días y las buenas noches con bellas fotos de amaneceres y atardeceres.
Siempre admiraré tu audacia de irrumpir en el sancta sanctorum de los ajedrecistas, el salón Maracaibo, en Medellín, donde iniciaste un recorrido que te llevó a ganar diez torneos departamentales, ocho nacionales, dos centroamericanos y del Caribe, amén de tu participación en seis olimpíadas y dos mundiales. No naciste para quedarte cruzada de brazos.
Colombia, agradecida, reconoce que eres la pionera de la presencia del eterno femenino en el ajedrez, así te hayas retirado del tablero hace 32 años. Japiberdi