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Adriana Correa Velásquez
Columnista

Adriana Correa Velásquez

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De burundanga y floripondios

Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com

El paisaje colombiano tiene un sello. Al lado de las casas flotan flores blancas en forma de campanas que cuelgan boca abajo en arbustos medianos. Las llaman borracheros, trompetas de ángel, floripondios o cacao sabanero. Pertenecen al género Brugmansia, de la familia de las solanáceas.

Las especies de Brugmansia las han utilizado desde mucho tiempo atrás las culturas indígenas de América del Sur, tanto en preparaciones médicas como en enteógenos para comunicarse con otros mundos por las intensas alucinaciones que producen. Estas comunidades sienten por la belleza de estas flores un embrujo que transita entre la veneración y el pavor.

Los indígenas y portadores de la tradición usan sus partes en forma de infusión, emplasto, aditivo de la chicha o en floreros cercanos a la cama para dormir. En el valle del Sibundoy, los chamanes con conocimiento profundo de estas floras las mezclan para potenciar los efectos de la ayahuasca o como alivio para el reumatismo. Algunas abuelas guambianas las envuelven en papel periódico debajo de la almohada para tener sueños y visiones. Y desde tiempos de la Colonia, el borrachero se usa como un poderoso arbusto protector que tranca o bloquea la brujería y la enfermedad, de ahí que muchos las siembren cerca a sus casas como amuleto.

En Asia, su prima, la Datura, crece cerca de templos y relicarios y en sánscrito dhatura significa embriaguez divina. Sus flores son sagradas para muchos rituales y su ingesta se usa para fomentar la devoción o en las meditaciones tántricas. Cuando la maceran con cáñamo, opio, betel y otras especias, sus usos son afrodisíacos.

Su efecto psicoactivo es tan fuerte que han sido consideradas plantas de los dioses en los pueblos naturales de todo el mundo y el alemán Christian Rätsch, investigador de las culturas chamánicas y etnomedicina, las acogió en su libro como Plantas del amor.

Los borracheros contienen alcaloides de tropano alucinógenos, como la atropina, hiosciamina y escopolamina. Sus alcaloides han sido de gran interés científico por sus propiedades antinflamatorias, narcóticas y anestésicas, así como para aliviar espasmos, convulsiones o para controlar los mareos o el asma, entre otros. Hoy, estos compuestos se sintetizan artificialmente y están presentes en medicamentos formulados.

Lástima que en Colombia la mención del borrachero nos haga temblar. La escopolamina, que conocemos como burundanga, deja un saldo mayor a mil víctimas por año, según cifras del Observatorio del Delito de la Policía Nacional.

Las proporciones de alcaloides en la planta no son las mismas, por ello los indígenas dicen que cada parte de esta vegetación es un mundo a donde se va. Las hojas, los tallos o las flores tienen usos distintos y las semillas son consideradas un portal para el infierno.

Este arbusto, tan íntimamente asociado a los asentamientos humanos, es el claro ejemplo del principio clásico de la toxicología que nos legó hace siglos el alquimista Paracelso: todo es veneno y nada es veneno, solo la dosis hace el veneno 

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