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El panorama es desalentador. El orden global y las democracias nacionales recibieron en estos doce meses una andanada de golpes como pocas veces en la historia reciente y sería ilusorio pensar que el nuevo año traerá cambios significativos en el horizonte.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
No se pueden buscar eufemismos que atenúen la realidad: el 2024 fue un año terrible para el mundo con guerras brutales en Medio Oriente y en Rusia y Ucrania, con la democracia liberal en riesgo en cada esquina del planeta y la migración desbordada por decenas de millones de almas que buscan refugio ante el colapso de sus naciones. La crisis del multilateralismo y el éxito de la demagogia revelaron una fotografía de angustia para el año que termina.
El gobierno impopular de Benjamín Netanyahu siguió con su maquinaria de guerra y -haciendo oídos sordos a sanciones o peticiones de organismos internacionales- arrasó sin consideración con los territorios palestinos. La ocupación de zonas en Cisjordania avanza a pasos de pánico y la Franja de Gaza es ya un cementerio oculto bajo los escombros de decenas de miles de bombardeos. El número de asesinados en el conflicto superó los 45 mil, la inmensa mayoría civiles -mujeres y niños- en lo que representa la mayor vergüenza para la comunidad internacional en décadas. Vladimir Putin -sobre quien pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional al igual que sobre Netanyahu por crímenes de guerra- se enorgullece de su invasión a Ucrania, que se acerca a los tres años. Dice que la debió iniciar mucho antes, que sus objetivos están cerca de cumplirse y que una posible negociación con Zelenski llevaría al ucraniano a ceder terreno nacional.
En el ámbito americano el arrasador triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses dejó muy claro que la política real de la primera potencia del mundo estará los siguientes cuatro años en manos de un hombre racista, xenófobo y misógino que no cree en el multilateralismo e impulsa la desinformación. Los hombres y mujeres de los que se ha rodeado para armar su gabinete y círculo más cercano (empezando por el ahora omnipresente Elon Musk) no pueden generar más que zozobra.
Y en el vecindario el paisaje es de pesadilla. El grosero robo de las elecciones por parte del chavismo le quitó todas las máscaras de aparente democracia a Venezuela que se encamina a una dictadura sin ambages. Nicolás Maduro y Diosdado Cabello aprietan los engranajes de un autoritarismo brutal y evitan mostrar cualquier grieta que pueda llevar al colapso de su gobierno corrupto. Aunque parece existir una leve esperanza de transición en las palabras de Edmundo González, quien debería posesionarse el próximo 10 de enero, la realidad nos indica que en dos semanas la banda presidencial hurtada será puesta, una vez más, sobre el pecho del heredero de Hugo Chávez.
El panorama es desalentador. El orden global y las democracias nacionales recibieron en estos doce meses una andanada de golpes como pocas veces en la historia reciente y sería ilusorio pensar que el nuevo año traerá cambios significativos en el horizonte. El inicio de un nuevo calendario será anecdótico en el mal estado de la geopolítica.