Digámoslo de entrada: contra fanatismo, pluralismo. Una actitud que debe resplandecer en el ejercicio del periodismo, porque el pluralismo es el principio rector de la labor informativa. Se me ocurre como reflexión hoy, en vísperas de una jornada electoral.
La base del pluralismo es aceptar las verdades múltiples. Es más, hay que a aceptar que la verdad misma es pluralista, como lo dice el filósofo español Raimon Panikkar: “Estoy diciendo que la realidad no es totalmente inteligible. Que la verdad misma es pluralista. Que hay muchas verdades. Hay un misterio que no podemos comprender más allá de lo singular o lo plural”. La misión del periodista debe estar exenta de dogmatismos, sea al informar noticiosamente para que el lector forme su propio criterio, sea al interpretar lo sucedido para facilitar la formación de la opinión pública.
Y no se trata solo de confrontar las fuentes o de enfrentar las versiones sobre lo ocurrido, con lo que muy a menudo nos lavamos las manos los periodistas, sino de respetar las “otras verdades”. Es bueno tener en cuenta que las “otras verdades” no son simplemente los puntos de vista de los demás, sino su contexto ideológico, su capacidad de disentir, su derecho en conciencia a no aceptar verdades impuestas.
Todo lo que suene a imposición en el periodismo es perjudicial y contradice su esencia. La objetividad no es ni siquiera la transcripción escueta de los hechos, sino el reconocimiento de que hay que acercarse con humildad intelectual y con un gran respeto ético a lo que ocurre. Y a la palabra, la voz o la imagen con que traducimos la realidad al receptor del mensaje. La aceptación del pluralismo y la verdad múltiple quitan al periodismo el antifaz de cuarto poder y lo obligan a actuar a rostro limpio. Nunca podrán existir “informadores sin rostro”.
Pero hay que evitar el pluralismo aséptico. El periodismo tiene que ser comprometido. No con una ideología o una verdad, sino con la realidad. Como alguien ha dicho con acierto, “los informadores no sujetan el espejo; ellos también están reflejados en él”. Para no salirse del espejo y evitar refugiarse en el distanciamiento de una falta de compromiso, hay que “estar metido en el experimento”, como dice también Panikkar. Hay que estar metido en la noticia. No simplemente como recolector de datos para elaborar una información noticiosa, sino como analista sufriente de los procesos que desatan los acontecimientos. El periodista no puede resignarse a ser un espectador no comprometido, sino que debe ser un observador que analiza el porqué de lo que ocurre y sus posibles consecuencias. El periodista es profeta, no solamente porque denuncia, sino porque prevé, porque anuncia lo que puede sobrevenir en el futuro y alerta sobre ello. Que eso es profetismo.
Quede claro: contra fanatismo, pluralismo. Es bueno recordarlo el día antes de un ejercicio democrático. Lo planteo a manera de examen de conciencia no solo como periodista, sino también, y sobre todo, como ciudadano. Como demócrata