Por ana Cristina Restrepo J.
Solo quienes hemos habitado las entrañas del monstruo reconocemos el rugido de sus vísceras.
Las salas de redacción son jaulas de fieras que pasean y se retuercen entre barrotes: mientras el equipo de editorialistas erige la columna mayor, soporte de la casa periodística (durante 108 años, EL COLOMBIANO ha difundido ideas conservadoras en su editorial), las páginas informativas e interpretativas son la morada de diversas posiciones ideológicas que hacen lo que corresponde al periodismo: contar historias (por este diario han pasado las miradas de Jesús Abad Colorado, Natalia Botero, Juan Carlos Pérez, Carlos Alberto Giraldo, Diana Losada, Reinaldo Spitaletta, Margaritainés Restrepo, Juan Gonzalo Betancur, Jorge Iván Posada, José Guarnizo...).
El COLOMBIANO es una criatura bipolar que huye con botas para narrar los territorios mientras agita, en carrizo, los mocasines bajo el escritorio.
El editorial “Los asesinatos de las Farc” (5/10/20) aludió a una carta de excomandantes desmovilizados ante la Jurisdicción Especial de Paz, un anuncio del reconocimiento de seis magnicidios, como el de Álvaro Gómez.
Sabemos que Piedad Córdoba aprueba dicha confesión. Que la familia Gómez sostiene que fue un crimen de Estado bajo el mando de Ernesto Samper. Que el expresidente lo niega. Que la Procuraduría formuló cargos a cinco militares. Que se ordenó investigar al Batallón de Inteligencia de Marina Número 2 de Corozal. Que la Brigada 20. Que Rito Alejo del Río. Que el cartel del Norte del Valle...
¿Quién dice la verdad? La justicia transicional asume una investigación que la Fiscalía ha prolongado durante 25 años.
Sigue el editorial: “La versión de las Farc le genera dudas e incredulidad a la familia del líder asesinado. Y al presidente de la República”. Las familias de las víctimas pueden cuestionar públicamente los casos que llegan a los tribunales, no así Iván Duque: “Que el reconocimiento de las Farc no obstruya la justicia en el caso Gómez”, dijo el mandatario. Quien obstruye es el presidente; insatisfecho con su arremetida contra la Corte Suprema por la detención de Álvaro Uribe, de nuevo ataca a la JEP, desconociendo la separación de poderes. (¿Coartada la “libertad de expresión” presidencial? ¡Además de arrodillar medios masivos, Duque nos tiene hasta la coronilla con su Aló Presidente!).
Continua el editorial: “Las Farc no tenían escrúpulos a la hora de ordenar y ejecutar crímenes. Fue siempre su modus operandi el exterminio de quienes no pensaran como ellos [...] fueron una máquina no solo de guerra, sino de asesinatos, crímenes, vejaciones”. El texto recuerda varios asesinatos (incluido el de mi primo materno).
¿Qué fin argumentativo justifica echar sal en la herida? ¿Qué significa ese editorial para quienes sí están cumpliendo los acuerdos y tratan de resarcir el daño causado? El olvido nunca es opción para avanzar, insistir en el horror tampoco. Alimentar el discurso guerrerista en la región con más víctimas del país es una apuesta peligrosa, irresponsable.
La corresponsal de guerra Martha Gellhorn escribió: “La luz guía del periodismo no era más poderosa que una luciérnaga [...] Por el bien que hicieron nuestros artículos, podría pensarse que fueron escritos en tinta invisible, impresos en las hojas de los árboles, y echados al viento”.
¡¿Es invisible la tinta de los reporteros de estas páginas (no nombro a ninguno para incluirlos a todos)?!
Ojalá los editorialistas de EL COLOMBIANO se pongan las botas de los cronistas de EL COLOMBIANO .