Cada día, cada año que termina, es motivo para mí de profundas reflexiones sobre la existencia humana. Particularmente mi secuestro -2000 al 2008-, fue una prueba de vida que me proporcionó esa sensibilidad especial en momentos de transición como el que vivimos al finalizar y empezar otro año.
En mi cautiverio perdí la primera posesión del hombre: la libertad. Sin embargo, el haber llegado al umbral más alto de mi dolor, me aportó mucho como individuo. Elevó mi nivel de tolerancia, en especial para comprender mejor a las personas y también para perdonarlas. Tras estos años en libertad, he decidido que perdonar es lo única manera que nos salva de estar moliendo resentimientos. Ya lo he dicho en esta columna: de no haber perdonado a mis carceleros...