Mucho más que las sumas y restas, multiplicaciones y divisiones que tanto preocupan a ciertos analistas políticos superficiales, lo que de verdad interesa al pasar una jornada electoral es qué va a seguir en este país. El punto de partida puede ser una ye, que indica dos o más caminos, o una encrucijada azarosa. Hay que encontrar las partidas y escoger un rumbo seguro o perderse en la espesura del monte. Lo que sea, dependerá de las respuestas a dos preguntas básicas: ¿Han servido las elecciones para tener una perspectiva despejada o, por el contrario, indican la inutilidad de lo útil, es decir, una forma de vivir en democracia al menos representativa, pero sin efectos positivos, un cambio para que todo siga igual como en el gatopardismo lampedusiano? ¿Será tal vez que estamos desencantados y jartos de sentirnos en una democracia estéril y distante de los fines que le son esenciales, porque las instituciones no la sostienen?
Está de moda la utilidad de lo inútil, al tiempo que se proclama la inutilidad de lo útil. Fue el filósofo francés Pierre Hadot, cuyo centenario de nacimiento acaba de cumplirse, quien explanó esas ideas y esa crítica a la insustancialidad característica de la época, en La filosofía como forma de vida y, sobre todo, en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, dos obras por cuyo inmenso valor no me atrevo a prestárselas a nadie. Aunque se defienda con ardentía y con miles de millones la presunta utilidad de un Congreso y de sus parlamentarios, o de un domingo de elecciones, es legítimo pensar si acaso la fábrica de las leyes y el ritual de votar para renovarla no estarían ya en la lista de inutilidades en la cual lo importante pasó a ser irrelevante y viceversa. Irrelevante, sin importancia, inútil, como pasaron a ser los valores éticos, el respeto a las leyes, la libertad y el orden, la justicia, las buenas costumbres y la integridad de la familia.
Y de la democracia también se sugiere una caducidad programada, así como se le ha aplicado a la producción industrial. Francis Fukuyama trata el tema en Orden y decadencia de la política. Apologiza la extensión de la democracia por la globalización, la evolución de las instituciones, la desaparición de fronteras, etc. Pero pregunta: “¿Si una amplia clase media es sin duda importante para la supervivencia de la democracia, qué consecuencias tendrá la desaparición de los empleos de clase media como resultado de los avances tecnológicos y la globalización?”. Y retomo el asunto: ¿Es inútil o no hace falta la democracia? ¿Es sempiterna o va a extinguirse? ¿Cómo será la posdemocracia? Collin Crouch maneja la cuestión en Enfrentando la posdemocracia. Advierte que una pequeña élite está tomando las decisiones difíciles y coopta las instituciones democráticas. Un día después de elecciones, vale especular sobre qué posdemocracia nos espera