Mucho se ha hablado de los tiburones desde que, en el 2020, el entonces presidente de Colombia, Iván Duque, en conjunto con su ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Carlos Eduardo Correa, anunciara que en el país estaba prohibida la pesca artesanal de este animal, teniendo en cuenta que la pesca industrial estaba prohibida desde el 2017.
Así que unos meses después, se expidió el decreto 281 de 2021, en el cual los tiburones, las rayas marinas y las quimeras, todos vertebrados acuáticos conocidos como peces cartilaginosos, ya que su esqueleto es de cartílago, a diferencia de los peces óseos, que lo tienen de hueso, fueron considerados recursos hidrobiológicos no pesqueros, por lo que se debían establecer medidas de manejo y conservación de carácter ambiental que garantizaran su capacidad de renovación. De ahí que se prohibiera su pesca.
Además, cabe mencionar que, según el Libro Rojo de Peces Marinos de Colombia, actualizado en el 2017, “entre los peces cartilaginosos resultaron 10 especies de tiburones amenazados y 6 de rayas (43%), 11 especies más son Casi Amenazadas (NT) y 7 quedaron como Datos Insuficientes (DD)”.
No obstante, el debate volvió a avivarse luego de que, recientemente, la resolución 0119 de 2024 de la Autoridad Nacional de Agricultura y Pesca, AUNAP, y el Ministerio de Agricultura, permitiera la pesca incidental de algunos tiburones y rayas marinas.
Y es fundamental entender qué es la pesca incidental.
“La mayoría de asociaciones de pesca del litoral pacífico practican la pesca artesanal, o sea, nos vamos en una lancha con capacidad para dos o tres toneladas de pescado. Nosotros salimos a faena seis, siete días, y cuando terminamos nuestra pesca, retornamos, aunque hoy en día esta práctica se nos ha dificultado por la expedición, por ejemplo, del decreto 281 de 2021, que prohibe la captura, el transporte o el consumo del tollo (que es como le dicen en el Pacífico al tiburón)”, explica William Mosquera Lombana, pescador artesanal de la Asociación de Pescadores Artesanales del Estero Aguacate y miembro de la Federación de Pescadores del Litoral Pacífico.
“Lo malo es que el tollo, las rayas o las quimeras caen incidentalmente en las redes de pesca que nosotros metemos al agua, porque estas especies se mantienen por todo lado, es imposible meter la red y esperar que no caigan en ellas, pero nosotros no lo hacemos de forma intencional, como dicen todos los medios, nosotros no les quitamos las aletas y los devolvemos al mar, eso no es verdad”.
O sea, cuando en Buenaventura, un pescador atrapa a un cartilaginoso, lo hace de forma incidental: lo hace porque tiró la red y al sacarla el animal estaba ahí, muerto por la presión del agua y del traslado de la lancha hasta el puerto.
Ahora, lo que estipula el decreto 281 es que, si el pescador de forma incidental capturó a un tiburón o una raya, debe devolverlo al mar, lo que pasa es que los pescadores, que en muchas oportunidades no encuentran lógica a la acción de devolver al mar a un animal del cual se puede aprovechar su carne, muchas veces no lo hacen, intentan sacarlos de sus lanchas para el consumo humano y terminan siendo judicializados por los guardacostas.
Razón por lo que, según Mosquera Lombana, la pesca como recurso alimentario y económico ha disminuido considerablemente en la región: “Mejor no pesco porque si me sale por azar un animal protegido, me meten a la cárcel”, es la posición que han tomado muchos al respecto.
Esto, también lo confirma Yenny Palma Viveros, ahumadora y presidenta de la Asociación de Familias Emprendedoras de Cultura y Tradición de la Costa Pacífica (Asofaculp), quien comenta que para la expedición del decreto 281 no se tuvo en cuenta a la comunidad en ningún momento y eso hizo que se ignorara que el consumo de los tiburones, las rayas marinas y las quimeras, si bien era incidental, es una práctica cultural heredada de sus ancestros:
“Si cualquier colombiano viene al Pacífico se da cuenta de que este es un territorio hundido en la extrema pobreza y que la pesca es parte de nuestra vida, de nuestra cultura, nuestra tradición, nos viene en la sangre, por eso consumimos el tollo desde siempre, y tan es así, que el ahumado, que es una práctica de conservación del tollo y de la raya, nació cuando los hombres empezaron a ir de faena y a pescar a estos animales grandes, igual, de forma incidental”.
Pues, al llegar a la orilla y al no existir entonces las cadenas de frío, las mujeres se inventaron esta técnica para conservar a los pescados más grandes, lo cual les permitía a las familias aprovechar al máximo el recurso, ya fuera cambiándolo por otros alimentos, como el plátano, por medio de un trueque, o consumiéndolo en un sinnúmero de platos, que van desde los sudados hasta las empanadas, y que gracias a dos de ellos, el plato mixto y el siete mares, la Unesco reconoció a Buenaventura como una de las ciudades más creativas.
“Nosotros en la comunidad no usamos la aleta de tiburón, la aleta no tiene carne, usamos el tronco, usamos el aceite, usamos la quijada, usamos los cartílagos para limpiarnos los pulmones. El tiburón es parte de nuestra alimentación y también de la economía y de uno solo, nos beneficiamos casi 15 familias, por el consumo propio o por su venta. Un artículo de la FAO dice que cada individuo es digno de conseguirse su alimentación, ¿entonces eso es falso? Porque hay un decreto que nos invalida y que nos condena al hambre y a la miseria”, concluye Palma Viveros.