La evolución ha hecho del hombre una criatura que aísla y divide todo lo que le rodea —escribió el novelista británico John Fowles en El árbol, un ensayo contra la censura de lo salvaje—. Y para comprobarlo basta con recordar a todos los árboles que a lo largo de nuestras vidas hemos percibido lejos de la frontera visual del bosque, a la deriva, aunque la naturaleza no lo haya querido así, porque al hacerlo, se interrumpe la asociación que crea y apoya la asociación de otros grupos de plantas, insectos, aves, mamíferos y microorganismos.
Cosa que no solo sucede cuando se aíslan, sino también cuando desaparecen o se desconocen, que es lo que ocurre en Río Claro, una cuenca ubicada en el suroriente de Antioquia, entre los municipios de Puerto Triunfo, San Luis, San Francisco y Sonsón, o una suerte de isla biológica con características únicas en el país, en la que surgen y reverberan especímenes sin antecedentes en otros lugares del mundo debido a que está sobre una roca kárstica, que le proporciona condiciones atípicas al suelo en cuanto al pH, a los minerales, nutrientes, hongos y bacterias que en ella habitan.
Algunos de esos especímenes, por ejemplo, son árboles. Árboles que fueron identificados hace varios años ya por el profesor experto en especies Álvaro Cogollo, quien desde hace más de 40 años viene estudiando los árboles de la Cuenca de Río Claro, y sobre los que hoy se retomaron estudios, liderados por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y financiados por la Fundación Franklinia, con el objetivo de ubicar las poblaciones de ocho especies endémicas del país, cinco exclusivas de Río Claro, para analizarlas en relación con su entorno.
—La investigación sobre estas ocho especies surgió porque un día estábamos trabajando en un proyecto llamado Huella Viva, de la Fundación Grupo Argos, la Fundación Natura y Cornare y el Instituto Humboldt, y alguien dijo: “Hay una convocatoria abierta de la Fundación Franklinia, la fundación suiza que patrocina proyectos a nivel global para conservación de especies amenazadas”, y previamente, Álvaro Cogollo había invitado al Instituto para que analizara dichas especies y propusiera un plan de manejo, entonces presentamos el proyecto, lo aprobaron, y desde ese momento venimos trabajando en este ejercicio de investigarlas, estudiarlas y buscar su conservación —cuenta Jorge Bedoya, investigador del Centro de Colecciones y Gestión de Especies del Instituto Humboldt.
Pero una vez la investigación avanzó, el panorama con el que se encontró el equipo coordinado por Bedoya y en el que participaron, además, la investigadora Carolina Castellanos, una especialista en semillas y propagación, otra especialista en monitorea y un grupo estructurado con la comunidad, fue desalentador, pues “tres de esas especies se encuentran en un estado de alta vulnerabilidad a la extinción, ya que de la Matisia serpicostata solo se ha encontrado un individuo adulto (un árbol), del Rhodostemonodaphne antioquensis solo dos adultos (dos árboles) y del Melicoccus antioquensis solo doce individuos (dos adultos y diez juveniles)”, explican en el instituto mientras detallan el estado de las ocho especies:
Matisia serpicostata
Presenta la mayor vulnerabilidad de las ocho especies estudiadas, ya que solo se ha encontrado un individuo adulto (se desconoce si existen plántulas) en la zona. Está en el listado de la UICN en categoría de Peligro Crítico (CR), debido a actividades antrópicas, como deforestación para ampliación de la frontera agrícola y pecuaria. Algunas personas lo han llamado “zapote de monte” y es un individuo de unos 12 metros de altura, con tallo marrón y hojas gruesas.
Caryodaphnopsis cogolloi
Su raíz se extiende fácilmente, permitiendo el crecimiento de nuevas plántulas que se toman y trasladan a otras zonas donde crecen sin dificultad. Es un árbol de 30 metros de alto y el fruto tiene forma de aguacate. Crece en suelos calcáreos y zonas rocosas. Se incluyó en la Lista Roja de la UICN como especie en Peligro Crítico (CR) a causa de la deforestación y la sobreexplotación de madera. Se le conoce como “Yumbé”.
Cybianthus cogolloi
Es la especie más conocida por la comunidad. Es un árbol de hasta 12 metros de alto y se incluyó en Lista Roja de la UICN como En Peligro (EN), debido a la reducción de su población por la ampliación de la frontera agropecuaria.
Duguetia colombiana
Conocida como “guanabanito” o “piñito”, por su fruto que tiene forma de guanábana pequeña. Un árbol que crece adherido a la roca (zona cárstica) y puede alcanzar los 17 metros de altura. Su presencia está disminuyendo debido a la ganadería, el aprovechamiento hidroeléctrico, explotación y exploración de hidrocarburos.
Melicoccus antioquensis
Es otra de las especies más amenazadas, ya que solo se han identificado doce individuos (dos adultos y diez juveniles). Es conocido como “mamoncillo de monte”. Es un árbol de hasta 26 metros de alto, categorizado en Peligro Crítico (CR) en la Lista Roja de la UICN, principalmente por deforestación para ampliación de frontera agrícola, pecuaria, para ganadería, cultivo de café y panela y construcción de infraestructura para minería.
Pseudoxandra sclerocarpa
Especie de la que se han recolectado semillas y se ha iniciado su propagación, aunque su periodo de germinación y crecimiento es muy lento. Son árboles que pueden medir hasta 28 metros de altura, su madera es amarilla y con hojas jóvenes. Categorizada como vulnerable (VU) en la Lista Roja de la UICN, debido a la ganadería, explotación forestal y actividades de minería legal e ilegal. Se le conoce como “garrapato” o “frísolo”.
Rhodostemonodaphne antioquensis
También muy escasa en la zona, solo se tienen dos individuos adultos identificados (se desconoce si puede haber plántulas). Es un árbol de 15 metros de altura, con tallo de color marrón; se encuentra en el bosque húmedo tropical. Categorizada en Peligro Crítico (CR) según la Lista Roja de la UICN, debido a la extracción de rocas calizas y arcillas, la deforestación y la ganadería. Se le conoce como “chupo colorado” o “laurel”.
Simira hirsuta
Tiene una de las mejores expectativas, con mayor número de individuos y plántulas en crecimiento. Son árboles de hasta 25 metros de alto con tallos hirsutos y hojas ligeramente oblanceoladas. Categorizada como En Peligro (EN) en la Lista Roja de la UICN, debido a que su hábitat está siendo afectado por la explotación de roca caliza y arcilla.
Las razones por las que estas ocho especies se encuentran amenazadas son dos. La primera tiene que ver con la tala indiscriminada por el uso de la madera. Y la segunda, detalla Bedoya, con el desconocimiento sobre la flora local por parte de la comunidad en general, que es justo lo que el Instituto ha querido cubrir en gran parte con este proyecto, y con los ejercicios de conservación que se hacen en ese territorio.
—Otra cosa que ha dificultado la supervivencia de estos especímenes es que no tienen una facilidad para generar frutos y dar semillas porque, tal y como sucedió el año pasado, hubo muchas lluvias y esas lluvias cambiaron los ciclos fenológicos —período durante el cual aparecen, se transforman o desaparecen los órganos de las plantas—, es decir, los árboles no dieron las flores cuando era y eso ocasionó que se cayeran los frutos. Y, por otro lado, en la zona hay unas especies de aves que están asociadas a esos frutos específicamente porque de ellos se alimentan. Entonces eso ha hecho muy complicado propagarlos y recuperarlos.
Así pues, que una vez tuvieron el panorama claro, o sea, una vez supieron cuántos ejemplares había, dónde, cómo es su ecología, su floración y demás, la comunidad entró a hacer un rol muy importante, se apropiaron de las especies y empezaron a hacer un monitoreo basados en una serie de capacitaciones y de equipos especializados entregados por el equipo matriz del proyecto, y eso les ha permitido a ambas partes “conocer las especies, saber mucho más de ellas, y saber cuándo darles algún tipo de manejo para procurar su reproducción”.
Y por supuesto, como el estudio se originó con un aire propositivo, Bedoya expone la manera lo es:
—Dentro del trabajo que hicimos en Río Claro es un plan para la conservación de estos ocho árboles amenazados, un plan estructurado en compañía de la Fundación Grupo Argos, Cornare, la Fundación Natura, la Fundación Salvamontes, que es del profesor Álvaro Cogollo, y en especial, con la comunidad que estuvo articulada, y que tiene como eje principal la generación de contenido alrededor del tema y la divulgación de ese contenido con el objetivo de que las personas comprendan la importancia de los árboles. También se plantean dentro del plan estrategias que implican a las autoridades ambientales y a las organizaciones que hacen uso del territorio se involucren en con su conservación —cierra el coordinador de la investigación.
Sin embargo, no hay que pasar por alto esta última reflexión: que, como especie, subestimamos la gran importancia que tiene el que la naturaleza siga ahí, sobreviviendo, aún accesible para todos aquellos que quieran acercarse a ella y disfrutarla —escribió el novelista británico John Fowles en El árbol, una reflexión enormemente provocativa sobre la conexión entre la creatividad humana y el mundo natural—, porque lo que la pone en peligro no es más que nuestra actitud hacia ella, esa necedad de seleccionar y aislar todas las asociaciones que se dan entre los seres del bosque desde una perspectiva netamente antropocéntrica, como si él mismo no fuera capaz de mantenerlas aunque sea en la distancia.