Desde hace por lo menos 15 años, Javier Barrios, que es el vicepresidente del Centro de Ornitología y Biodiversidad de Perú, empezó a recolectar muestras de pudú en diversas partes de la selva central de ese país, hasta que en un punto se vio invadido por la sensación de que había encontrado una especie nueva.
“Javier trabaja con cérvidos y con ecología y pasa mucho tiempo en terreno. Justo allí se dio cuenta de que había algo en unas poblaciones de pudú que fenotípica y morfológicamente no coincidía con las poblaciones de pudú registradas en el extremo norte de Perú, Ecuador y Colombia, es decir, con las poblaciones que están al norte de la Depresión de Huancabamba”, cuenta Guillermo D’Elía, del Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas de la Universidad Austral de Chile.
Y es que Javier (como autor principal), Gabriel y Eliécer Gutiérrez, de la Universidad Federal de Santa María en Río Grande do Sul de Brasil, precisamente publicaron en marzo, en la revista especializada Journal of Mammalogy, el artículo The first living cervid species described in the 21st century and revalidation of Pudella.
En él, los científicos explican que los distintos aspectos de la sistemática y taxonomía de la tribu de ciervos neotropicales Odocoileini, que incluye un conjunto de 18 especies vivas reconocidas en la actualidad, englobadas en siete géneros, siguen sin estar resueltos, y que los pocos análisis filogenéticos (relación de parentesco entre especies o taxones en general) disponibles indican que algunos géneros no son monofiléticos, es decir, que no todos descienden del mismo ancestro común, y que la riqueza del grupo está subestimada.
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Y para ejemplificar, se refieren al Pudu, un género monotípico de cérvidos nativos de la región andina de América del Sur, a los que se les conoce de forma común como pudúes o venados, por lo semejantes que pueden ser con los cérvidos que llevan ese nombre, pues “con base en la clasificación actual, ese género incluye dos especies, Pudu mephistophiles distribuido en Perú, Ecuador y Colombia, y Pudu puda distribuido en el sur de Chile y áreas cercanas de Argentina”, puede leerse en dicho artículo.
Pero en su estudio, mediante análisis morfológicos cualitativos y cuantitativos, y la evaluación de la variación genética, demostraron que el concepto actual de Pudu mephistophiles engloba a dos especies distintas: “La forma típica —argumentan— se distribuye al norte de la Depresión de Huancabamba desde el extremo norte de Perú hacia el norte (Ecuador y Colombia), mientras que la segunda se distribuye al sur de la Depresión de Huancabamba y es endémica de Perú”.
Así que, como no había hasta el momento un nombre disponible para esa última especie, decidieron nombrarla Pudella carlae y describirla formalmente, haciendo énfasis en que, uno, ella es la primera especie viviente de cérvidos descrita en el siglo XXI y la primera del Nuevo Mundo en más de 60 años; y dos, que como el pudú del sur (Pudu puda) no es hermano de las dos especies de pudú del norte, había que revalidar el género Pudella.
O sea, “aunque la especie era conocida desde 1968 en Perú, se identificaba como la misma que la del norte y nunca nadie la había separado, lo que hicimos nosotros, aparte de darnos cuenta de que la P. mephistophiles no era una especie sino dos, fue volverla un género”, señala Javier. Un género al que pertenecen Pudella mephistophiles y Pudella carlae.
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Una especie endémica de Perú
Hoy, ciervo de Huancabamba, pudú de la yunga peruana o pudú de Huancabamba son algunas de las formas comunes con las que las personas se refieren a la Pudella carlae, que fue el nombre científico que Javier, Gabriel y Eliécer eligieron para ella como un gesto de gratitud hacia la bióloga Carla Gazzolo, pues sus acciones ayudaron a salvar la vida del primer autor después de un accidente cerebrovascular que puso en peligro su vida.
En cuanto a su apariencia física, se trata de “un cérvido rechoncho y de patas cortas que mide 38 centímetros de alto y pesa de 7 a 9 kilogramos, lo cual lo hace más grande que el P. mephistophiles, la especie de cérvidos más pequeña conocida, pero aún más pequeño que el P. puda”.
Y entre las diferencias que tiene con sus especies semejantes destacan algunas morfológicas y otras genéticas. Las más notables, de las que uno puede darse cuenta incluso con los animales vivos o sin la necesidad de capturarlos, según señala Gabriel, son: el tamaño; el pelaje del cuerpo, que es áspero, largo y de color marrón anaranjado, lo que lo distingue de la coloración más oscura de las otras dos especies; el color de la cabeza, que es mayoritariamente negra, aunque no tan completamente como en P. mephistophiles porque la coloración del cuerpo se extiende hasta la frente; la forma del cráneo, que es más alargado y que cuenta con huesos premaxilares y nasales más grandes, y la forma y la coloración de las orejas, ya que son ovaladas, contrastando con las orejas redondeadas de P. mephistophiles y las orejas puntiagudas de P. puda.
Sin contar con que estos animales no presentan marcas diferenciales, como sí lo hacen las tarucas, por ejemplo, y esto lo que representa es que es casi imposible hacer un estimado de cuántos ejemplares habitan el territorio peruano hasta el momento, pues al no poderse diferenciar, no se puede determinar si los registrados en las fotos o en las cámaras trampa son los mismos o no.
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Por otro lado, sobre la historia natural del pudú de la yunga peruana, no se sabe mucho, aunque los autores del estudio destacan varias cosas: que en 1969 Ian Grimwood reveló su presencia en Perú, o que según lo referido por la población local y observado con cámaras trampa, se alimenta de hierbas y hojas de plantas leñosas, preferiblemente arbustos y árboles pequeños, e incluso en muchas ocasiones trepa por troncos de árboles inclinados para llegar más alto y así llegar a hojas y probablemente frutos, puesto que también se alimenta de estos. “En general, en cuanto a sus elementos dietéticos, P. carlae es similar a P. mephistophila, e incluso a P. puda. Las diferencias se relacionan con las especies de plantas que se comen debido a la composición vegetal de las zonas donde se distribuyen estas especies”, anota Guillermo.
Un ámbito por el que todos se preguntan y que es hasta ahora desconocido sobre este nuevo espécimen, es su reproducción, pues aunque se sabe que son animales solitarios y que probablemente el único momento en el que están en pareja es durante la época reproductiva, no se sabe cómo funciona este ciclo vital en ellos.
“Uno de los problemas que hay con este animal ahorita es que se sabe poco, y de lo poco que sabemos es que es diferente. Nada más”, concluye Javier.
