Esta es la idea: sacar agua del mar, rociarla sobre la Antártida, que se convierta en nieve y reducir ese problema que preocupa tanto, la pérdida de hielo. Es de tres científicos alemanes y es de esas propuestas, atrevidas, que buscan parar el Cambio Climático (ver recuadro).
Asegurar que el desarrollo contemporáneo no desestabilice los sistemas ecológicos y climáticos que han permitido el surgimiento de la especie y de otras formas de vida de la Tierra es uno de los desafíos fundamentales de este siglo.
Cada acción cuenta. “Actos pequeños como usar el servicio público, ahorrar energía, tratar de consumir menos carnes –sobre todo la de vaca–, reducir el consumo de agua e informarse son aportes significativos”, dice Santiago Arango Aramburo, investigador en cambio climático, ingeniero civil de la Universidad Nacional de Colombia y posdoctorado en la Universidad de Lugano (Suiza). Pero ante la crisis que se vive actualmente esto no basta.
El mundo hoy
Hay más hormigas que humanos en el planeta. Esto según estimaciones de su biomasa (cantidad total de materia viva presente en una comunidad o ecosistema), porque si contar personas es difícil, enumerar insectos es una tarea titánica. Trate de hacerlo cuando están en su cocina.
Aún así, decir que la Tierra es un planeta humano resulta más cierto todos los días. La humanidad pasó de ser una especie más que la habitaba a tener tal impacto que es capaz de cambiarla. Varios científicos expresan esto diciendo que el planeta ha entrado en una nueva era geológica: el antropoceno, la era de los humanos. Un momento histórico en el que no hay naturaleza inalterada, porque incluso las selvas tropicales del Amazonas y el Congo han sido despejadas por personas en siglos pasados.
La idea de que el cuidado del ambiente supone un retorno a estilos de vida primitivos puede estar lejos de la realidad. Esto declaran ecomodernistas: 18 académicos, científicos, activistas y ciudadanos de cinco países convencidos de que “el conocimiento y la tecnología aplicados con sabiduría podrían permitir un buen o incluso un increíble antropoceno”, escribieron en su Manifiesto Ecomodernista publicado en abril de 2015, una propuesta ambiental que pretende mejorar la calidad y el contenido del diálogo sobre cómo proteger el medio ambiente en el siglo XXI.
Fred Pearce, escritor de ciencia, dijo en la revista británica New Scientist sobre la postura optimista de este documento: “Creo que no hay vuelta atrás. Y me parece sorprendente que algunos ambientalistas no estén de acuerdo. En cambio, parecen estar enganchados a nociones anticuadas de la naturaleza como pasivas, prístinas y solo capaces de prosperar aparte de nosotros”.
Agregó, además, que no se puede tener un antropoceno en un lado de la cerca y en el otro el paisaje del Holoceno –período que comprende 11.000 años de agricultura temprana–. Ya la naturaleza no es muy natural, en ella predomina lo que algunos ecologistas llaman ecosistemas novedosos (modificados por el ser humano). “Una interacción que revela una naturaleza en evolución y adaptación ante el mundo que la humanidad ha creado”, concluye de manera optimista Pearce.
Otros ambientalistas como el columnista inglés George Monbiot no están de acuerdo, y aseguran, por ejemplo, que la agricultura a pequeña escala puede ser productiva: “Cuanto más pequeños son, en promedio, mayor es el rendimiento por hectárea”, dijo en la columna en la que llamó a los ecomodernistas “ignorantes de la historia”.
Proteger la tierra
En el Ecomanifiesto, en su portal web, en el que varios investigadores comparten sus trabajos científicos enfocados en soluciones a la crisis, se lee: “Un buen antropoceno exige que los humanos usen sus crecientes poderes sociales, económicos y tecnológicos para mejorar la vida de las personas, estabilizar el clima y proteger el mundo natural”.
Uno de los ecomodernistas, Barry Brook, por ejemplo, publicó en el journal científico Conservation Biology en diciembre de 2014 un estudio científico sobre el relevante papel de energías alternativas como la nuclear en la conservación de la biodiversidad global. En su investigación analizaron las principales fuentes de generación de energía (carbón, gas, nuclear, biomasa, hidroeléctrica, eólica y solar) y fueron la energía nuclear y eólica las de mayor relación costo-beneficio.
Este es uno de los más conservadores, por decirlo de alguna manera, porque en los últimos años se han anunciado diferentes iniciativas avesadas que buscan atajar un camino al abismo ambiental.
Desde bloquear al Sol con tiza y así bajar el calentamiento del planeta (un proyecto de la Universidad de Harvard financiado por Bill Gates), dispersar hierro en las superficies de los océanos para hacer que el mar atrape más dióxido de carbono, poner a flotar paneles solares en el agua, hacer una instalación solar gigante en Atacama, hasta la creación de una conexión que permite cruzar la frontera entre Dinamarca y Suecia en bicicleta... Las ideas están en alza, como la de la nieve.
Grandes gestos en términos de geoingeniería así como acciones individuales pretenden ayudar. Greta Thunberg, la adolescente sueca de 16 años que se ha convertido en un ídolo ambiental, atravesó el Océano Atlántico en un barco de cero emisiones (porque funciona con paneles solares y turbinas submarinas) para asistir a las conversaciones de las Naciones Unidas en Nueva York a finales de agosto.
Los esfuerzos, grandes o pequeños, se empiezan a notar y los investigadores proponen ideas diferenciales, que en muchas ocasiones parecen más de ciencia ficción.
Llaman la atención cinco hechas recientemente –aunque algunas aún están en el papel– y un par con huella colombiana.
No son insectos comunes. Son más grandes que la mosca promedio, pero mucho más lentas. Se les conoce como moscas soldado negras (Hermetia illucens). No tienen bocas o sistemas digestivos, lo que significa que no pueden morder. No son plagas y no pueden transmitir enfermedades y sus larvas sí que son una novedad en sostenibilidad. Estas se pueden secar y con ellas alimentar a las mascotas. Algunos investigadores ya han probado que podrían reemplazar la harina en la dieta de animales de cultivo como los peces, por lo que resultan protegiendo los océanos de la sobreexplotación. Una investigación de seis meses sobre dietas basadas en ellas se registró en Scientifica Reports en junio de 2019. Ellas podrían ayudar a lavar las selvas tropicales porque podrían reemplazar la soya utilizada en la alimentación animal.
También tienen una variedad de usos más allá de la comida. La grasa rica en energía de las larvas de mosca soldado pueden mezclarse con diésel estándar reduciendo emisiones; la proteína de las larvas puede sustituir el plástico rígido, y se pueden alimentar con desechos contaminados, incluso aguas residuales cargadas con metales.
Casi siete millones de personas mueren al año por la contaminación atmósferica, según cifras de la Organización Mundial de la Salud. Ingenieros de la Universidad Nacional de Colombia tienen una propuesta para absorber la contaminación de la ciudad y devolver aire limpio. Un invento que parece promisorio para los que más se afectan por el aire contaminado: ciclistas y peatones. Santiago Arango cuenta que este proyecto espera disponer de algas en medio de la urbe, con el fin de disminuir las fuentes de contaminación que en un 27 % corresponde a los automóviles y en un 73 % a fuentes fijas como fábricas. Las microalgas Chlorella vulgaris consumen 10 veces más dióxido de carbono que los árboles, afirma Arango. La idea no será reemplazar árboles sino instalar los tanques donde no se puede reforestar.
Su propuesta pondría algas en tanques aprovechando que necesitan CO2 para sobrevivir y liberando O2 al ambiente purificándolo. El estudio técnico fue realizado por ocho ingenieros y las pruebas técnicas se realizaron en el puente Gilberto Echeverri Mejía.
El precio total de uno de los prototipos es de un poco más de 10 millones de pesos.
USANDO EL AGUA DEL FONDO DEL MAR
En las zonas costeras e islas tropicales el uso de las aguas profundas del océano podría contribuir a lograr objetivos de desarrollo sostenible, según un trabajo de investigadores de la Universidad Nacional. En la isla de San Andrés, por ejemplo, el aire acondicionado usado con frecuencia para funcionar necesita generación de electricidad con plantas térmicas, que si bien en muchos casos son eficientes, emiten residuos como emisiones de gases de efecto invernadero. Por esto la investigadora Jessica Arias Gaviria propuso aprovechar el agua del mar que a un kilómetro aguas abajo se encuentra a una temperatura de 5 °C. En el Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de esta institución entendieron que se puede tomar esa agua y hacer un distrito térmico de enfriamiento, como el de EPM que necesita gas y electricidad para funcionar. La propuesta de los investigadores de la sede Medellín se hace más atractiva, dice Santiago Arango, porque ellos cuentan con el agua del mar ya fría. También consideraron su uso para centros de belleza como los Spa, debido a que el agua del fondo del mar tiene unos minerales especiales. Así que este proyecto plantea usar esta agua para generar electricidad a través de una tecnología llamada tautech, para aprovechar la diferencia de temperaturas.
Los mismos investigadores admitieron que este es un plan un poco exagerado y por ahora debe tomarse como una prueba de concepto, una implementación, por lo general incompleta, de un método o de una idea, realizada con el propósito de verificar que el concepto o teoría en cuestión es susceptible de ser útil. Tres científicos del Instituto Potsdam para la investigación del Impacto Climático en Alemania describen el audaz plan en un estudio científico publicado en Science Advances en julio de este año: sacar agua fría del mar y rociarla de nuevo en el aire sobre la Antártida para convertirla en nieve con el fin de reducir el ritmo de pérdida de hielo.
La ejecución práctica del esfuerzo está más allá del alcance de este estudio, y sería un desafío técnico en muchos sentidos, dicen los autores en el artículo científico. Lo que no les impidió probar qué podría pasar si lo hicieran. El equipo comenzó utilizando simulaciones por computadora para confirmar lo que los científicos han sabido durante al menos media década: que la tasa actual de pérdida de hielo de la capa de hielo antártica occidental es irreversible, incluso con reducciones sustanciales en las emisiones de dióxido de carbono. Pero luego dieron un paso más y modelaron cómo sería si el agua de mar fuera desalinizada y rociada sobre la capa de hielo. Esta operación no implicaría un sistema de riego simple, sino una operación enorme que involucra cañones de agua para soplar nieve artificial sobre la capa de hielo. Llegaron a la conclusión de que bombear cientos de miles de millones de toneladas de hielo por año, 62.5 a 875 gigatoneladas (Gt), para ser exactos, durante entre diez y 50 años ayudaría a mantener el aumento del nivel del mar de dos a cinco centímetros. La altura promedio de la capa de hielo sobre la superficie del océano es 640 metros. Esta no es la primera vez que se propone una solución de geoingeniería a gran escala para problemas relacionados con la crisis climática. Los ingenieros en Australia están considerando seriamente rociar agua de mar en la atmósfera sobre la Gran Barrera de Coral para crear nubes que bloqueen el Sol para proteger los corales. Ese proyecto, también, solo existe en papel.