La tragedia de Media Luna, una vereda de Santa Elena donde dos derrumbes separados apenas por minutos enterraron a más de 70 personas el 12 de julio de 1954, fue el primer gran desastre natural que sacudió a Medellín. Se comentó por muchos años hasta que otro deslizamiento más grande —el de Villatina en septiembre de 1987 mató a más de 500 personas— la sepultó para siempre en el barullo de una ciudad que se acostumbró a la brava a llorar por sus muertos cuando las montañas se sacuden de vez en cuando.
El doloroso rescate, en medio de la confusión y el desespero de las familias, generó una movilización popular sin precedente para tratar de recuperar hasta el último de los cadáveres.
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La angustia de la ciudad retumbó hasta en Bogotá, entonces, José Salgar, jefe de redacción de El Espectador, llamó a un reportero raso que tenía en su equipo y lo mandó a Medellín a que averiguara “qué carajo fue lo que pasó” en Media Luna. Ese joven reportero era Gabriel García Márquez que, dos semanas después del suceso, llegó a reconstruir la historia de la catástrofe.
“(...) No se habían alejado un kilómetro de su casa, cuando Jorge Alirio sintió un ruido, ‘como unos caballos’, y vio que por la falda de la montaña rodaba un pequeño alud en dirección a la casa de sus padres. ‘Corrimos para avisar – dice Jorge Alirio, el mayor y más locuaz de los niños-, pero entonces vimos que venía otro volcán, más grande que el de antes, y nos caían piedras y los palos en la carretera’. Los niños se echaron a tierra hasta cuando cesó la avalancha. Un minuto después no encontraron un solo rastro de la casa”, se lee en el comienzo del reportaje.
Resulta que la mayoría de las víctimas en Media Luna estaban en el lugar presenciando el rescate de una familia que había quedado atrapada en un alud, ocurrido horas antes, cuando se desprendió el pedazo más grande de la montaña que los sepultó a todos. Entre los fallecidos estaban la madre y una hermana del campeón de la Vuelta a Colombia, Ramón Hoyos Vallejo.
Cuenta Gerald Martin, en el libro Gabo periodista, que en medio de la tragedia, García Márquez descubrió el goce de ser un reportero-detective: “La creatividad que encerraba descubrir –y, en cierto modo, inventar– la verdad... Fue el primero de unos 80 reportajes que escribiría en el año antes de partir para Europa”.
Las tres entregas del reportaje se publicaron el 2, 3 y 4 de agosto, tituladas “Hace sesenta años comenzó la tragedia”, “Medellín, víctima de su propia solidaridad” y “¿Antigua mina de oro precipitó la tragedia?”. Según las reseñas del diario capitalino, los testimonios y datos inéditos del artículo dejaron en evidencia la ineficiencia del Estado y la irresponsabilidad de los curiosos que murieron en el segundo derrumbe.
La montaña de la muerte
El dilatado rescate de las víctimas en Media Luna se extendió por semanas. EL COLOMBIANO guarda en sus registros el día a día que vivió la ciudad en medio del dolor de los familiares de las víctimas.
En la portada del 14 de julio, a cinco columnas, tituló: “Rescatados 29 cadáveres más en la Montaña de la Muerte”. En las páginas interiores, publicó: “En medio de tanto dolor, pudimos apreciar con gran satisfacción la inmensa conmoción cristiana de los habitantes de nuestra ciudad y la manera como han contribuido con aportes económicos con sus servicios personales para conseguir remediar o siquiera aliviar de la mejor manera esta situación”.
La edición del 16 de julio mantenía en la primera plana los operativos de extracción de los cuerpos: “Rescataron otros 3 cuerpos alrededor de las 12 del día. Los tres fueron trasladados de inmediato al anfiteatro de la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia, frente al cual esperaba una inmensa multitud. Hasta el momento han sido rescatados 64 cadáveres de la tragedia. En cuanto a desaparecidos, el número sigue siendo desconocido, aunque en todo caso es elevado”.
El presbítero Jairo Mejía, testigo presencial de los hechos, escribió una carta cinco días después para tranquilizar a tanto afligido: “Los sepultados de la tragedia de Media Luna recibieron absolución. La Divina Providencia hizo que en el lugar del desastre estuviera en el momento de ocurrir un sacerdote. Muy probable que todos hubieran quedado absueltos, fue heroica la labor de los bomberos esa noche”.
Y diez días después de la catástrofe, todavía seguían apareciendo cuerpos que eran encontrados por el avanzado estado de descomposición. Las páginas interiores de este diario reportaron entonces: “Las aves de rapiña denunciaron la presencia de dos cadáveres más en el lugar de la tragedia. Uno de ellos tenía una pierna asomada. Difícil el rescate, debido a las emanaciones pestilentes”. En páginas interiores, se lee: “Los gallinazos se encargaron de descubrir los cuerpos descompuestos. La cuadrilla de trabajadores pudo observar que una pierna sobresalía y estaba siendo destrozada por las rapaces. Inmediatamente procedieron a remover la tierra hasta encontrar el cadáver”.
Quizás las palabras finales del presbítero en su carta resuman el tamaño de la tragedia de hace 70 años y cómo las catástrofes vuelven cada tanto en una suerte de eterno retorno. Escribió el religioso: “Cuando suspendidas las labores de salvamento aquella noche por orden prudentísima del señor gobernador bajaba de la montaña, pensaba dentro de mí: ‘Este será el cementerio de julio...’. Eran tantas las víctimas, tan difícil por no decir que imposible su rescate, que aquello quedaría convertido, de hecho, en un cementerio. Que las autoridades eclesiásticas lo consagren como un nuevo Campo Santo. Será un mudo pero elocuente maestro para las futuras generaciones, que enseñará lo que pueden la curiosidad y la imprevisión”.
Lo cierto es que 33 años después, esa cordillera que se levanta en el oriente de Medellín volvió a crujir y mató a más de 500 personas en Villatina. Ante la devastación y cantidad de tierra, el lugar también fue declarado Campo Santo, una de esas coincidencias siniestras de la historia.