Es domingo y me apresuro al Centro de Medellín, no tan temprano como para que me toquen los negocios cerrados, pero tampoco tan tarde como para que ya haya congestiones que me dañen el plan de comprar unas artesanías para enviárselas a unos amigos en el exterior, empatando con almuerzo en Versalles, la tradicional panadería y restaurante ubicado en pleno corazón de la carrera Junín.
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La gran sorpresa es que me quedo “con los crespos hechos”, que ni lo uno ni lo otro será posible, porque los locales donde pretendía llevar a cabo ambas acciones están cerrados. Pero igualmente me percato de que no se trata de que a quienes los atienden se les pegaron las cobijas.
Desde la avenida La Playa hasta la calle 54 (Caracas), solo hace falta el remolino de heno para que el trayecto se asemeje a los pueblos fantasmas de las antiguas películas del género western. La escenografía fantasmagórica la completan el silencio casi total, los habitantes de calle que deambulan unos o que siguen durmiendo un plácido sueño en el piso otros. Un hedor a orina y heces penetra por las fosas nasales hasta fastidiar el ánimo.
Un cerco de vallas metálicas impide que cualquiera traspase el contorno del representativo edificio Coltejer, en la esquina contraria del pasaje que linda con la avenida La Playa y en el intermedio, un paneo muestra centros comerciales y la gran mayoría de locales individuales en clausura.
Averiguaciones posteriores me dan a entender que estoy atrás de noticias, pues hace ya un buen tiempo que la desolación dominical es la constante en este pasaje tan emblemático para los antioqueños que hasta se inventaron para él un verbo: juniniar, y el día que mejor se conjugaba era el domingo.
El cronista Ramón Pineda, quien ha sido un estudioso y caminante constante del centro, recuerda que desde la década de 1930 más o menos a Junín no le cabía un alma los domingos porque era el lugar intermedio entre la Catedral Metropolitana y la basílica La Candelaria, los dos principales templos de una villa que apenas daba pasos para convertirse en ciudad. A la vez, era la pasarela por donde la gente lucía las mejores galas y, de paso, observaba en las vitrinas de boutiques exclusivas las modas que se trasladaban desde latitudes más glamorosas para copiarlos con las modistas de barrio y en telas compradas a menor precio, considerando que estábamos en la meca de las fábricas de tejidos del país.
Ese esplendor subsistió hasta épocas más recientes, cuando todavía los novios se encontraban en alguna de las escaleras del Coltejer para entrar al cine.
El Salón Versalles era una parada irremediable para tomarse un buen café con empanada argentina y el Astor para comprar los mazapanes, toscanas, chocolates y otras confituras que pedían desde fuera cada que uno les anunciaba visita.
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Jorge Mejía, actual facilitador del diálogo del gobierno de Gustavo Petro con los jefes de las estructuras armadas del Valle de Aburrá que están presos en la cárcel de Itagüí, era uno de esos infaltables clientes de Versalles muchos domingos en la mañana.
Él asegura que ese “era un hervidero político muy interesante” y recuerda las horas conversando con el senador liberal Darío Londoño Cardona, quien falleció en noviembre de 1993 tras ser víctima de un atentado, con otros políticos o personajes del mundo intelectual.
El aderezo de la buena conversación eran los ajíes que acompañaban las empanadas –no solo la argentina- y los menús de buena sazón y a precios manejables dentro de un presupuesto de clase media.
“La carne a la plancha que acompaña los almuerzos de ese restaurante tienen un sabor muy distinto a la que se sirve en otras partes de la ciudad, hay un condimento que la hace muy diferente y rica”.
En una retrospectiva, Mejía trae el recuerdo de los fotógrafos que en las décadas de 1970 y 1980 se paraban en sitios estratégicos de Junín obturando contra todo el que pasara y luego repartían papelitos con el teléfono para que quien quisiera su foto metida en un telescopio la pidiera.
¿Fracaso de políticas?
No es fácil determinar qué fue lo que le dio la estocada final a la vida dominical en Junín; dependiendo de dónde se vean las cosas, saltan las explicaciones. Algunos aseveran que lo primero fue que la gente dejó de pasar por el centro los fines de semana y que por eso los negocios cerraron, mientras que otros dirán que dejaron de frecuentar estas calles porque ya no tenían a qué, si el comercio estaba clausurado. Es una especie de círculo vicioso.
En el caso de Mejía, este dejó de ir a su antiguo amañadero porque poco a poco se lo dificultaron sus ocupaciones y porque en sus roles de concejal o alto funcionario de las administraciones municipal y departamental no le permitían transitar con tanta soltura por estas calles.
El administrador de Versalles, Enrique García, cuenta que el negocio llevaba abriendo los siete días a la semana durante los 62 años de existencia, pero después de la pandemia del covid-19 la clientela fue decreciendo hasta que prácticamente se redujo a la mitad en domingos y festivos. “A veces era más la nómina que lo que se realizaba”, dice.
Algunos aseveran que en realidad fue una reacción en cadena, porque primero pasaron el centro de artesanos que quedaba al frente de Versalles para el local esquinero al que se llega por la misma acera del emblemático tertuliadero fundado por Leonardo Nieto. Y como al parecer el trasteo no se publicitó de manera suficiente, se perdieron la clientela de quienes -como yo- acostumbraban divertirse de “mirandas” en los 60 locales para luego dejarse llevar hacia el sitio de procedencia de ese olor a parva recién salida del horno.
Sin parar de recortar tallos con unas tijeras fuertes, Ester Hernández, dueña de un puesto de flores en mitad de la carrera Junín, relata que la peste que paralizó al mundo entre los años 2020 y 2021 también dejó bajas dominicales como el restaurante El Patio. Añade que Candilejas, una heladería que estuvo abierta por más de cuatro décadas, cerró pero de manera definitiva y ese es el mismo sitio para el que pasaron temporalmente a los vendedores de Artesanos Antioqueños. La Casa China corrió la misma suerte, aumentando el vacío en el sector. Sin embargo, Ester explica que la pérdida de vida en Junín no es solo cuestión de un día específico, sino que también se nota en las noches.
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“Antes los almacenes iban hasta las ocho de la noche y se veía mucha gente incluso hasta las nueve, las diez o las once de la noche; ahora por ahí a las seis y media uno oye que van bajando las rejas y esto se va quedando solo”. Según Pineda, en realidad, Junín, como lugar por excelencia de comercio y disfrute citadino, ha ido muriendo lentamente desde que los centros comerciales se volvieron el lugar favorito de las familias modernas para pasar su día de descanso.
Mejía va más allá y dice que la decadencia de estas porciones de territorio no es más que “una muestra del fracaso de las políticas públicas que han tratado de recuperar la vocación residencial del centro, que ha sido una expectativa no cumplida de todos los gobiernos”.
Para Sergio Restrepo, que desde varias posiciones institucionales y como ciudadano ha pensado problemas y soluciones para esa área de Medellín, “el centro no hay que recuperarlo, sino habitarlo” y se necesita que las clases dirigentes vuelvan a poner sus ojos en él.
¿Vida temporal?
Ahora, el inicio de la época decembrina marca un nuevo aire para la vida dominical de Junín, porque se ha vuelto normal que los negocios ubicados acá abran solo de manera previa a fechas especiales, como la Semana Santa, el Día de la Madre, el Día de Amor y Amistad y las festividades de Navidad y Año Nuevo. Así lo hacen los almacenes, pero también Versalles le confirmó a EL COLOMBIANO que comienza a tener atención dominical al público desde el 8 de diciembre y El Astor lo hará el 15 y 22 de diciembre (el horario será de 9 a.m. a 3 p.m.)
Otra esperanza es que el 2 de diciembre tienen programado reabrir el centro de Artesanos Antioqueños en su sitio original, frente a Versalles, y que se había ido hace un año mientras acometían obras de modernización.
Será un lugar completamente transformado con los mismos 60 locales, pero ya no con los techos en plástico y las divisiones hechas de cualquier manera en madera y costal, sino con cerramientos metálicos, techos completamente renovados en teca, instalaciones eléctricas adecuadas, pisos en cerámica, probadores de ropa, unidades sanitarias para el público –incluido baño para personas con discapacidad-, cocineta para los comerciantes, sistema contra incendios y pasillos más amplios, entre otras comodidades. Todo estará vigilado por un sistema de cámaras en circuito cerrado.
Adicional a la entrada por Junín, al complejo comercial le habilitaron otra puerta por la carrera Sucre. La decoración incluye dos murales de estampas pueblerinas antioqueñas e imágenes alusivas a la actividad artesanal que le da identidad al sitio. La inversión alcanzó varios miles de millones de pesos, según informó la administradora del complejo, Marisol Arango.
Por el lado de la alcaldía también hay noticias esperanzadoras al respecto, pues la gerente del Centro, Juliana Coral, anunció que, por la temporada, peatonalizarán La Playa desde el teatro Pablo Tobón Uribe hasta la Avenida Oriental y habilitarán unos circuitos hacia Plaza Botero y el Parque Bolívar, pasando por Junín, en los que habrá una agenda cultural.
La intención de quienes manejan el centro de artesanías es realizar una prueba piloto de apertura dominical durante seis meses y el que sostengan la “caña” dependería de la respuesta del público. Esto a pesar de que los mismos dueños del entable son los propietarios del centro comercial Orquídea Plaza y en este ya falló un experimento previo, de manera que los domingos solo abre un local donde se juega bingo.
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Jovanny Alzate, uno de los comerciantes de Artesanos Antioqueños, es enfático en que el éxito del experimento solo será posible si todos o la mayoría de los locales de Junín se comprometen a abrir, y al parecer hay buen ambiente para ello.
“Yo he tenido contacto con varios administradores de locales y me han argumentado lo mismo, me dicen que ‘solos no podemos, tenemos que unirnos, pero vamos a esperar a que el centro artesanal arranque porque ustedes son el corazón de esta zona’”.
Para la gerente del Centro, lo que ocurrió con Plaza Botero, que cambió en poco tiempo a partir de la confianza que le dieron nuevos inversionistas que montaron este año sus establecimientos allí, es una muestra de que sí se puede.
“Empezaron diciendo que iban a abrir de jueves a sábado y ahora abren de lunes a domingo, y cierran a las once de la noche. Se está generando confianza y la economía se va dinamizando. Si ellos llegaron apostando a pesar de saber los problemas y retos que había, y no les ha pasado nada malo, entonces significa que sí se puede”. Puntualiza que es lo mismo que se necesita en Junín: generar confianza.
INSTALARÁN BAÑOS EN EL CENTRO