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¿Qué hacer con los pinos y eucaliptos traídos desde hace un siglo para purificar a Medellín?

El plan de arborización a comienzos del siglo XX se convirtió ahora en una especie de encarte a la hora de preparar la ciudad para los riesgos climáticos que la rodean.

  • ¿Qué hacer con los pinos y eucaliptos traídos desde hace un siglo para purificar a Medellín?
10 de febrero de 2024
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Mientras ardían los cerros orientales en Bogotá también se calentaba el debate sobre la responsabilidad de los pinos y los eucaliptos en dichos incendios, dos especies exóticas introducidas masivamente en Colombia hace más de un siglo y que pasaron de ser dóciles árboles para moldear las incipientes ciudades como Bogotá y Medellín, a convertirse, en cierta medida, en un problema.

La historia de ese tema en Medellín se puede rastrear hacia finales del siglo XIX, cuando algunas voces como la del legendario médico Manuel Uribe Ángel empezaron a ambientar la llegada de estas olorosas especies extranjeras como la solución a los malos aires de la naciente Villa.

La tesis del doctor Uribe sostenía que el ambiente “tórrido”, propio del clima templado de la ciudad, debilitaba terriblemente la salud de las personas y que era obligatorio “extirpar esos agentes malsanos” para perfeccionar “la raza” de hombres y mujeres destinados a erigir la Medellín del futuro.

Su colega Francisco Antonio Uribe no solo estaba de acuerdo sino que clamó en 1888 que esa cruzada en contra de los aires pútridos alimentados por humedales peligrosos y por la descomposición perpetua de ganado y vegetación obligaba a desaguar pantanos, prohibir la destrucción de los bosques que rodeaban la ciudad y empezar un agresivo plan de arborización que además de purificar la atmósfera, embelleciera la urbe.

Pinos y eucaliptos son algunas de las especies importadas que más se ven en el territorio de la ciudad. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero]
Pinos y eucaliptos son algunas de las especies importadas que más se ven en el territorio de la ciudad. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero]

El salubrista Antonio Botero sugirió un año después que la arborización a gran escala incluyera, entre otras especies exóticas, al eucalipto.

Ya desde mediados de ese siglo habían comenzado a llegar ceibas de la ribera del Cauca, palmas reales de Cuba y hasta plantas de olivo y uva, traídas desde África y Asia. Pero el llamado a unir fuerzas por la higiene y el ornato local lo aceleró todo y desde finales del siglo XIX, gracias a los viajes y expediciones de los personajes ilustres de la ciudad, llegaron plantas y árboles desde los cinco continentes; 123 especies en total, tal como lo describe Diego Molina en su obra Los árboles se toman la ciudad. El proceso de modernización y la transformación del paisaje en Medellín, 1890-1950.

Los árboles introducidos se regaron y pelecharon a destajo. Prosperaron en medio de lo que Molina llama un “mestizaje florístico” por la forma como se integraron a las especies nativas. Los nuevos ‘inquilinos’ delinearon las extensas fincas de El Poblado, le declararon la guerra a las vacas que pastaban en los cerros y hasta fueron causa de uno de los tropeles más memorables entre poderosos que tuvo lugar a principios del siglo XX y que trazó, un siglo atrás, el debate que se atiza hoy en medio de los incendios que arrecian y de los efectos del cambio climático.

En 1918, el Municipio empezó a comprar predios alrededor de la hoya hidrográfica de Piedras Blancas, sin la cual la modernización e industrialización de Medellín no hubiese ocurrido. El objetivo era conservar la cuenca que abastecía el acueducto de la ciudad y generaba energía eléctrica.

Pero el cómo hacerlo fue lo que desató la pelea. La Sociedad de Mejoras Públicas defendía la necesidad de sembrar árboles allí donde la actividad humana (con minería y ganadería) había mutilado parte de ese bosque. Y por eso en 1919 se invirtieron $1.276 en el primer vivero de la ciudad, en lo que fue uno de los programas pioneros de reforestación en la historia del país.

Pero, por otro lado, el Concejo municipal defendía que era la naturaleza la que debía encargarse de la renaturalización de la cuenca sin injerencia humana.

Para dirimir el pleito, acudieron dos años después a voces expertas en Bogotá. A favor de la siembra llegó un concepto del Ministerio de Agricultura que no solo aprobó el repoblamiento del bosque para prevenir inundaciones y deslizamientos en zonas intervenidas por la industrialización y la expansión urbana (lo que estaba ocurriendo allí) sino que se explayó para hablar de las bondades de “explotar el bosque artificial” sembrando pinos, eucaliptos y robles para vender madera, un negocio de “utilidades seguras”. Un concepto que en medio de una discusión netamente ecológica pareciera hoy, cuando menos, extraño.

El Concejo, por su parte, echó mano de un informe de dos expertos publicado en El Tiempo en el que pedían a las autoridades de Bogotá desechar al eucalipto como opción para arborizar las cuencas que surtían a la capital de la República por “desecar el suelo” al absorber el agua.


A finales de 1920 el Concejo y EPM acordaron suspender la siembra de especies introducidas en la hoya de Piedras Blancas. Pero para entonces miles de árboles habían sido plantados. En 1930, la revista Progreso, plataforma de difusión de la Sociedad de Mejoras Públicas, señaló que la siembra de 30.000 árboles una década atrás, la mayoría pinos, cipreses y eucaliptos, había cumplido con su objetivo principal de proteger la cuenca que sería clave para el desarrollo de Medellín hasta los años 70.

La expansión del área urbana supone un riesgo nuevo con las especies de árboles, ya que estas tienen más chances de incendiarse. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero]
La expansión del área urbana supone un riesgo nuevo con las especies de árboles, ya que estas tienen más chances de incendiarse. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero]


El pecado de ‘nutrirse’ del fuego
Con el paso de los años, pinos y eucaliptos, que alguna vez fueron bienvenidos foráneos traídos del Hemisferio Norte y Oceanía, empezaron a oler mal, una mala fama cargada de algunos mitos.
Daniel Ospina, ingeniero forestal y quien ha asesorado al Ministerio de Ambiente en proyectos de restauración ecológica, apunta que lo primero que hay que aclarar es que, contrario a lo que suele pensarse, los pinos y eucaliptos no son generadores de incendios, no se prenden por sí solos, pero sí los facilitan.

Resulta que ambas especies arden con mayor facilidad que otras, pero paradójicamente, lejos de sucumbir ante las llamas, no solo siguen en pie tras los incendios sino que sus semillas –en el caso de los pinos– prosperan entre las altas temperaturas y brotan y se diseminan con mayor eficacia.

En cuanto a la señalada desecación de suelos atribuida a estas especies, Ospina señala que si bien el consumo de agua por metro cúbico de madera no dista mucho del de otras especies, su acelerado crecimiento, respecto a árboles nativos, sí aumenta el consumo de agua y propicia mayor sequedad del entorno.

Por esto, explica el experto, la presencia de grandes extensiones de estas especies, sumado a factores como altas temperaturas, vientos y baja humedad, favorecen la propagación de incendios que –hay que enfatizar, dice Ospina– en ciudades como Medellín y Bogotá son causados en un 95% de manera intencional.

Según Juan Miguel Vásquez, director ejecutivo nacional de Fedemaderas, los riesgos no tienen que ver con la presencia de pinos, eucaliptos ni cualquier otra especie exótica sino con la falta de manejo en zonas forestales.

Explica que en Colombia existen 370.000 hectáreas de bosques plantados de pinos, eucaliptos y acacias que surten el 70% de la madera reforestada del país, sembrados con estricto plan de manejo forestal que incluye control de crecimiento para evitar incendios, justamente lo que falta en áreas donde se sembraron a destajo durante décadas.



Volver a lo nativo
Esa es la preocupación que recae sobre zonas como Villa Hermosa, el Volador, una franja de la ladera oriental de la ciudad (límites de Manrique con la zona rural), Las Palmas y la zona sur de Santa Elena, donde quedaron remanentes no regulados de esa primera arborización motivada por la obsesión de embellecer la ciudad y purificarla.

Las Palmas es uno de los sectores de Medellín donde más se concentran estos árboles. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero
Las Palmas es uno de los sectores de Medellín donde más se concentran estos árboles. Foto: Manuel Saldarriaga Quintero

Estos puntos coinciden con los que presentan mayor vulnerabilidad y peligrosidad ante incendios de cobertura vegetal, según el Plan de Acción Climática, tales como inmediaciones del Batallón Girardot, barrios altos de Villa Hermosa, El Volador y las cuencas altas de las quebradas Santa Elena y la Iguaná.

En El Volador, por ejemplo, la Mesa Ambiental de la Comuna 7, que representa a los habitantes de los 22 barrios en zona de influencia del cerro, lleva dos décadas mostrándoles a las autoridades la necesidad de ejecutar de manera sostenida un proceso de restitución forestal reemplazando con especies nativas, sin necesidad de talar, los cientos de cipreses, pinos y eucaliptos que colonizaron esa montaña.

Ospina dice que sin satanizar las intenciones de quienes las introdujeron ni a las especies mismas, “que lejos de fungir como invasoras cumplieron varios roles”, en el futuro de la ciudad tienen poca cabida, como sí la tienen las especies nativas, fundamentales para enfrentar las amenazas del cambio climático.

Según señala el Área Metropolitana, para combatir las amenazas de los incendios cada vez más virulentos será necesario en los próximos años adelantar una intensa siembra de especies nativas en las laderas como el chagualo, arrayán de hoja ancha, noro, espadero y el fique, que tienen bondades como “cortafuegos” y también garantizar la presencia de lombrices, caracoles nativos, gusanos mojojoy, hormigas y arañas, entre otros.

Apunta Ospina que devolverles espacio a las especies nativas ayuda a exculpar los errores garrafales cometidos por quienes levantaron las ciudades. “Decidieron, por ejemplo, desecar humedales creyéndolos enemigos del progreso y fuentes de enfermedades. Hoy sabemos que son ecosistemas irremplazables para capturar dióxido de carbono y reducir la contaminación y el aumento en la temperatura atmosférica”.

Lo hicieron, dice, por el precario conocimiento disponible y el miedo heredado de los europeos a lo desconocido que encarnaba la biodiversidad del trópico. Hoy, por fortuna, el conocimiento apunta hacia otro lado y muestra lo que hay que hacer.

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