Sin importar en qué comuna viven, si en El Poblado o en El Popular, todos los habitantes de Medellín han presenciado de manera inquietante una quebrada crecida cerca a su barrio o casa o han quedado atorados en medio del caos de la ciudad paralizada por el agua. Y muy seguramente en ese momento han lanzado la pregunta, ¿por qué colapsa Medellín con cualquier aguacero?
Lo primero que habría que decir es que en esta sí tienen toda la razón los abuelos cuando sentencian: “Esto antes no se veía”. Y también habría que decir que cada habitante en la ciudad ha jugado un rol para que, efectivamente, la lluvia se haya convertido en un serio problema que ahoga cada vez más a Medellín. Pero vayamos por partes. Primero la explicación sencilla que ilustra el problema.
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Édgar Cano Restrepo, docente de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, explica cuáles fueron los pecados que la ciudad cometió y que desencadenaron en lo que hoy vive cada vez que las nubes aflojan agua y lo que esto implica en la forma en la que habitamos la ciudad.
Resulta que la lluvia que cae en Medellín es de tipo convectivo. Es decir, mucha agua que cae en muy poquito tiempo. Esto pone en aprietos a las redes y sistemas de acueducto y alcantarillado diseñados, muchos de ellos, construidos en las primeras décadas de Medellín, por lo cual no están en capacidad de contener la cantidad de agua que se precipita sobre la capital antioqueña en cuestión de minutos.
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Pero el problema no son solo esas viejas redes distribuidas en las entrañas de la ciudad. La vegetación, los remanentes de bosques diseminados por las laderas y partes altas de Medellín cumplieron siempre una función específica que no tenía nada que ver con la nostalgia de conservar rasgos de la Medellín rural. Tenían el objetivo de absorber agua, de retenerla y evitar que corriera a gran velocidad por el Valle represándose en las zonas planas, las más aptas para el desarrollo industrial y el surgimiento de los barrios. Esa vegetación que desapareció de manera implacable para dar paso a edificios, casas, calles, aceras, en una visión de ciudad que entendía el crecimiento de la ciudad como la necesidad de colonizar cada rincón verde que existiera fue el detonante, explica el experto, para haber llegado a este punto. Esas construcciones duras, cemento y más cemento, impermeabilizaron el terreno y entonces las laderas se convirtieron en pocetas. El dato que arroja el profesor Cano Restrepo es demoledor.
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El agua que antes tardaba entre dos y tres días en permear el terreno y llegar a los afluentes ahora lo hace en menos de 20 minutos.
No hay zona en la ciudad que escape a esta dinámica por una razón: cada habitante de Medellín, sin importar en qué barrio viva, puede encontrar una quebrada a 500 metros de su casa. La capital antioqueña tiene 56 afluentes principales y 4.161 secundarios, una poderosa red hidrográfica que suma 1.888 kilómetros. Lo último que necesitaba una ciudad con una red hidrográfica semejante era ponerle barreras para que el agua siguiera su curso natural y para que el ecosistema se regulara así mismo. Pero fue lo que pasó.
De acuerdo con el profesor Cano Restrepo, cuando la lluvia cae sobre los techos de edificaciones y casas va a dar a los viejos y caducos bajantes y desagües. De manera que la impermeabilización del territorio y hasta las propias características arquitectónicas de las casas y edificios que se levantan en Medellín están facilitando que esa agua lluvia alimente hasta la saturación al río Medellín. Entonces, las quebradas, sin el espacio natural que necesitan, no tienen otro camino que tomarse vías, calles y hasta barrios enteros.
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Hay, además, otro problema que apunta el experto. Otra deuda que se pudo saldar fácil pero que ahora suma entre los ingredientes que convierten a Medellín en una trampa llena de agua. Desde 1997, explica, la ley 373 le ordenó a los constructores y personas que construyeran viviendas y edificaciones que tenían que instalar tanques de agua lluvia, no solo para el aprovechamiento y reducción del consumo de acueducto público, sino para mitigar los impactos de la impermeabilización del terreno. Pero no se hizo y, en conclusión, la ciudad padece las consecuencias de 80 años de mala planificación urbana y malas prácticas constructivas.
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¿Es posible revertirlo?
Desde hace varios años los expertos apuntan a la necesidad de soluciones que mitiguen el problema como renaturalización de zonas críticas en la ciudad; la ejecución de proyectos pilotos en barrios periféricos que permitan, a través de programas de mejoramiento de vivienda, la construcción de techos que “cosechen” y retengan el agua lluvia y abastezcan sistemas comunitarios de agua con la debida potabilización; y hasta el cambio de pavimentos tradicionales en la construcción de nuevas vías y espacios públicos con pavimentos de alta tecnología que permiten mayor permeabilización. Todas estas, sin embargo, son entendidas como medidas para atenuar el problema, pero no ofrecen soluciones de fondo. Sería como tratar de secar un lago a punta de trapeadora.
Uno de los expertos que durante años ha abogado por la urgencia de devolverle al agua su ciclo y espacio natural en Medellín es el profesor y experto en geociencias y medio ambiente, Jaime Ignacio Vélez Upegui. Según sus postulados, nada de fondo va a cambiar en la problemática que enfrenta la ciudad hasta que no se restablezca la dinámica de la red de drenaje natural, y para lograrlo es necesario despejarla y garantizar que la capacidad hidráulica pueda soportar caudales mayores. Eso en la práctica significa que el ordenamiento territorial, que por cierto está próximo a discutirse para renovarse, tendría que girar estrictamente alrededor de las necesidades ecológicas. Por ejemplo: despejar varias zonas alrededor del río Medellín para que pueda respirar y expandirse, almacenar agua y sedimentos. Igual tendría que ocurrir con los 56 afluentes principales a los que el POT tendría que devolverles la funcionalidad que perdieron en medio del proceso de urbanización. Esto implicaría devolver áreas a humedales, suelos cenagosos y zonas cuya cobertura vegetal es indispensable para regular el ciclo del agua. Un escenario que no parece sonar atractivo a los constructores.
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¿Qué piensa hacer la alcaldía Gutiérrez?
Según la alcaldía, el Plan de Desarrollo considera este como un asunto prioritario en la gestión de la ciudad los próximos tres años y medio. Entre las estrategias y frentes de trabajo aseguran que actualizarán la cartografía de la red hídrica, “generando una herramienta que permitirá mejorar la toma de decisiones sobre el desarrollo urbano”. Esto es indispensable pues actualmente la ciudad no tiene certeza de cuál es el estado de sus quebradas. Las cuentas no son concluyentes pero algunas indican que existen al menos 400 quebradas “fantasma”, es decir, que han sido tan intervenidas que su cauce se perdió entre las sobrepobladas laderas o fueron desviadas y ya no se sabe muy bien por dónde cruzan ni cuál es su comportamiento.
Según promete la alcaldía Gutiérrez, realizarán la renaturalización de 800.000 metros cuadrados en corredores de quebradas, construirán 10.500 metros cuadrados de corredores verdes y harán mantenimiento de 13.000 metros cuadrados en quebradas. Todo esto, valga aclarar, son también medidas de amortiguación. La verdadera prueba de fuego serán las decisiones que oriente la administración Gutiérrez en la actualización del POT.